DICIEMBRE MES DE LA INMACULADA – DIA 6

HONRAR LA VIDA DE MARIA EN EL TEMPLO
María entró en el templo de Jerusalén como una víctima destinada al sacrificio. Pero esa víctima no seria consumida por las llamas del altar, sino por las llamas del amor. Era el amor a Dios el que la impulsaba en todas sus obras: el amor divino la arrancó de los brazos de su madre y la llevó a la soledad del santuario; el amor la hizo consagrar a Dios para siempre la flor de su virginidad, flor que no había encontrado hasta entonces en el mundo ni terreno en que nacer ni atmósfera en que vivir.
Antes que María se abrazase con ella voluntariamente, y no con lágrimas como la hija de Jefté, la virginidad era una hermosa desterrada que tocaba en vano a la puerta de los corazones en solicitud de hospitalario albergue. Fue María la que dio a conocer a los hombres su precio y la que les enseñó que esa virtud busca para vivir el apartamiento y el retiro de la Casa del Señor.
Dice San Jerónimo que María en el templo distribuía sus ejercicios en la siguiente forma: desde la aurora hasta promediada la mañana, entregábase a la oración; hasta el mediodía se ocupaba en obras de mano; se instruía después en la ley y los profetas, y luego se entregaba de nuevo a la oración, que duraba hasta la entrada de la noche. Esto constituía sus delicias y su pan cotidiano, creciendo cada día en amor a Dios y en la perfección de las virtudes.
Ella era la primera en las vigilias, la más fiel en cumplir la ley divina, la más asidua en la oración, la más constante en el trabajo, la más profunda en la humildad, la más exacta en la obediencia y la más puntual en sus deberes. Ásperas eran sus penitencias, prolongados sus ayunos, brevísimo su sueño, frugal su alimento, sencillo su vestido y escasas sus palabras.
La oración era su vida y su alimento, y durante esas horas felices en que el cielo se entreabría a sus miradas, su alma se derretía en adoraciones y ternísimos y encendidos afectos ante el amado de su corazón. En esos momentos el mundo desaparecía ante sus ojos y ningún pensamiento humano ocupaba su mente.
Embriagada en celestiales delicias y enajenada en sublimes arrobamientos, su alma se desprendía en la cárcel de su cuerpo y se transportaba a las moradas del gozo eterno. – «Nadie, dice San Ambrosio, estuvo nunca dotado de un don más sublime de contemplación; su espíritu siempre acorde con su corazón, no perdía jamás de vista a Aquel a quien amaba con más ardor que todos los serafines juntos; toda su vida no fue otra cosa que un ejercicio continuo del amor más puro a Dios; y cuando el sueño venía a cerrar sus párpados, su corazón velaba y oraba todavía.»
A fuerza de candor y de modestia, ella procuraba ocultar sus altas perfecciones, pero es imposible que el diamante se oculte por mucho tiempo, aunque se esconda bajo una corteza de barro.
Los ancianos encanecidos en los trabajos del templo la veían llenos de admiración y la consideraban como el más estupendo prodigio de santidad que hubiera aparecido en Israel.
Enteramente entregada a sus deberes y a sus ocupaciones, jamás desperdiciaba el tiempo y siempre estaba pronta para ejecutar todas las obras que podían dar alguna gloria a Dios.
A Dios buscaba en todo: era el blanco de sus aspiraciones, el término de sus deseos, el objeto de sus pensamientos y el único móvil de todas sus acciones. Agradar a Dios, he ahí la sola palabra que resume toda la vida de María en la casa del Señor.
Esta es también la lección más provechosa que nos enseña María durante su vida solitaria: huir del mundo para dedicarnos al servicio de Dios. Es imposible seguir a un mismo tiempo las máximas de Jesucristo y las máximas del mundo; unas y otras se rechazan como la luz y las tinieblas, como el vicio y la virtud.
Quien milite bajo las banderas del uno, no puede aspirar a ser discípulo del otro; es una ilusión pérfida pretender vivir en sociedad con los mundanos y llamarse discípulo de Jesucristo, que se abrazó con la cruz y que hizo del sacrificio su ley y su consigna. Para servir fielmente a Dios y santificarse es indispensable alejarse del bullicio disipador que amortigua la piedad e impide oír las inspiraciones divinas.
Pero, para conseguirlo, no es necesario ir a buscar el silencio de los claustros. El retiro y apartamiento del mundo puede encontrarse también entre las paredes del propio hogar con sólo cerrar sus puertas al bullicio y pasatiempos mundanos.
No es necesario huir de la sociedad para encontrar a Dios, porque no es posible vivir sin el concurso de los demás; basta que evitemos la compañía de los malos y de los que no siguen la doctrina ni practican la ley de Jesucristo.
Es preciso apartarse de la vida disipada, ociosa y holgazana que sólo se emplea en proporcionarse satisfacciones, en halagar la vanidad y condescender con las inclinaciones de la carne. Esa vida lleva directamente al pecado, engendra la indiferencia y aleja de Dios; esa vida enciende las pasiones, aviva la sensualidad y concluye con todo deseo de la propia santificación.
La ley cristiana es ley de abnegación y sacrificio; ella impone el constante vencimiento de las pasiones, la mortificación de la carne, la guarda de los sentidos, la muerte del amor propio y la huida de la ociosidad. Y para alcanzar tan grandes y preciosos bienes, es preciso vacar diariamente algunos momentos a la oración, frecuentar los Sacramentos y practicar la piedad. Son estas las fuentes puras donde el alma encuentra gracias en abundancia: es ahí donde se retemplan las fuerzas para el combate, y se hallan el consuelo y la esperanza que hacen soportables las desgracias de la vida.
Si queremos santificarnos, no vayamos a buscar la santidad en otra parte; si deseamos la paz de nuestras almas, no vayamos a pedirla al mundo, que vive en turbación perpetua; si anhelamos consuelos, no los pidamos al mundo, que él sólo puede darnos amarguras y desengaños.
JACULATORIA
En tu regazo ¡oh María!
Desde hoy dejo el alma mía.
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Las reflexiones de este mes estan tomadas del libro:
MES DE MARÍA INMACULADA POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
CON APROBACIÓN DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA
IMPRIMATUR
Barcelona 25 de enero de 1906
El Vicario General. Provisor
JOSÉ PALMAROLA
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