DICIEMBRE MES DE LA INMACULADA – DIA 8

Publicado por Equipo Fatimazo Por la Paz el

HONRAR LA VISITACION DE MARIA A SANTA ISABEL

Acababa de realizarse en María el gran misterio de la Encarnación del Verbo. Dios había tomado ya posesión de su castísimo seno y habitaba en él comunicándole todos los tesoros de su amor y caridad. La Santísima Virgen se abrasaba en vivísimas llamas de celo por la gloria de Dios y por el bien de los hombres. Fruto de ese celo fue la visita de María a su prima Santa Isabel para ir a derramar la gracia, la salvación y la vida en la casa del an­ciano Zacarías, y sacar el alma de Juan Bau­tista de las sombras del pecado y de la muerte.

Al ver a María, Isabel experimenta una emo­ción desacostumbrada. Su rostro se anima; sus ojos se encienden; brilla en su frente un rayo de inspiración profética y, en medio de los transportes de su admiración, exclama; Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre -María, en un rapto de ce­lestial arrobaamiento al contemplar las mara­villas del Señor prorrumpe en un cántico de gratitud: Mi alma glorifica al Señor y mi espí­ritu se transporta de gozo en Dios mi Salvador.

Así es como la Madre de Dios abre la senda del apostolado y da a los obreros del Evange­lio la primera lección de celo por la salvación de las almas. Ella interrumpe el éxtasis dulcísimo en que se embebecía en la contempla­ción del amado de su alma que habita en su seno, para ir a derramar el raudal de la gracia que emanaba de la fuente que en sus entrañas llevaba. Su caridad la hacia olvidarse de sí mis­ma para comunicar a otros sus celestiales in­cendios.

Para ello tiene que soportar grandes sacrificios y someterse a humillaciones profun­das. No importa: comprende mejor que nadie el mérito del sacrificio y el precio de la humi­llación voluntaria; sabe que el Dios humanado, que lleva en su seno, ha venido al mundo a sacrificarse en aras del amor y a envilecerse para dar muerte a la soberbia. El amor de Dios y el amor del prójimo la conducen hasta la le­jana morada donde el Precursor de su Hijo va a ser dado a luz; ella se apresura a santificarlo para que sea un digno heraldo del Redentor y un apóstol que atraiga los hombres a la penitencia con sus palabras y el ejemplo de la santidad.

Así busca María la gloria de Dios y así se emplea su caridad en beneficio de sus herma­nos. ¡Qué hermosas y fecundas enseñanzas para nosotros que con tan fría indiferencia miramos la salvación de las almas! Vemos a millares que se pierden porque no hay una mano compasiva que las arranque del vicio, del error y de la muerte. Nos parece que esa tarea de caridad esta sólo reservada a los mi­nistros del Evangelio, sin pensar que cada uno tiene el deber de dar gloria a Dios y de atraer a los que se separan del camino del bien y de la salvación.

Cada hombre tiene un campo más o menos vasto en que emplear su celo. Todos tienen medios de influir sobre los suyos, a fin de preservarlos de la perdición y enderezarlos por el buen camino. No es mies la que escasea, sino operarios celosos que la sieguen. Dios quiere que por amor suyo cada uno de nosotros se haga un obrero de su viña. El que ama verdaderamente a Dios, no puede dejar de interesarse por la salud de las almas que son hijas de sus sacrificios y frutos de su sangre.

Si comprendiéramos el precio de las humillaciones y de los dolores de Jesucristo, entonces nos esmeraríamos en dilatar el reino de Dios y atraer ovejas a su rebaño. Entonces antepondríamos con gusto a todas las ambi­ciones mundanas la gloria de asociarnos a la obra de la redención, derramando, si no nues­tra sangre, al menos nuestros sudores, a fin de salvar una sola alma. Porque salvar un alma es una gloria más grande que todas las obras del genio, que todos los prodigios del arte, que todo el honor de los conquistadores y que la posesión del mundo entero.

Porque la salvación de un alma da más gloria a Dios que cuanto los hombres pueden darle consagrándole todo lo que forma el orden material. Y bien, ¿dónde están las obras de nuestro celo? ¿Qué hemos hecho para dilatar el reino de Dios conquistando almas para el cielo? ¿Cuáles son las que nos servirán de corona en el día de las supremas recompensas?

Dejemos nuestras casas y olvidémonos un momento de nosotros mismos, como María, para ir en busca de almas que santificar, de corazones que en­cender en amor divino y de inteligencias que iluminar con las luces de la fe.

Acudamos en auxilio del apostolado católico, que apenas basta para las numerosas necesidades que re­claman su atención. Consideremos que existen muchos pequeñuelos que piden pan y que no hay quién se lo distribuya.

JACULATORIA

Refugio del pecador,
del afligido consuelo,
ampárame desde el cielo
al escuchar mi clamor.

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Las reflexiones de este mes estan tomadas del libro:
MES DE MARÍA INMACULADA POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
CON APROBACIÓN DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA

IMPRIMATUR
Barcelona 25 de enero de 1906
El Vicario General. Provisor
JOSÉ PALMAROLA


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