Alrededor de 1528, en medio de la peste, La Virgen de Constantinopla apareció a una anciana pidiéndole que se edificara un templo allí donde había estado su imagen pintada en un muro de una iglesia sepultada, y se le prometió, por la Madre de Dios, el fin de la peste como sucedió en efecto. Ella dijo a la viejecita: “Alégrate hoy hija, porque se ha aplacado la ira de Mi Divino Hijo. Lleva esta buena nueva a todos los ciudadanos afligidos. Dirás de parte mía que, en honor a la Gracia que vino acá a la Tierra, encontrarán una pintura mía oculta debajo de las ruinas de una antigua capilla. Aquí deseo que, en honor de mi Hijo Jesús y a mi Nombre, sea edificada una Iglesia”. La mujer fue creída porque la ciudad estaba en el extremo de sus fuerzas por la peste. Excavaron y encontraron los restos de una antigua Iglesia dedicada a Santa María de Constantinopla y en una pared la imagen mariana. La iglesia fue reedificada. La célebre imagen original fue considerada durante parte del imperio romano como la protectora de la ciudad y de todo el imperio. Los emperadores la portaban a la cabeza de su corte como indicador y guía de la vía. Los soldados llegaban a este monasterio a rezar a la Iglesia de la Guía, denominada así a causa de la posición del brazo de María que indica al Hijo como la Vía: “Camino, Verdad y Vida.” La veneración a la Madonna fue muy importante por su contexto histórico y social caracterizado por la guerra y la peste. Los napolitanos organizaban procesiones de penitencia y rezos.
La imagen Mariana es representada sobre una nube llevando sobre la diestra al Niño Jesús, que lo tiene sobre su pecho. Usa una blusa roja y un manto azul que envuelve toda la cabeza de cabellos rubios. Detrás, en lo alto, dos ángeles tienen sostenida una cortina verde que da fondo a la Virgen y a dos personajes: San Juan Bautista y San Juan Evangelista. Dos ángeles que llevan la nube que tiran agua para calmar y aplacar el incendio de Constantinopla.


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