PREGUNTAS FRECUENTES

EL SANTO ROSARIO

 

 

 

 

El Santo Rosario, es cristocéntrico y un instrumento que transmite espiritualidad mariana. Es un compendio del Evangelio, y gracias a la contemplación y meditación de sus Misterios progresamos en el conocimiento de Jesucristo. Al contemplar la vida del Hijo de Dios con el Santo Rosario, sacamos el sustento para la fe y el estímulo para vivir como creyentes y como cristianos católicos.

Desde la Edad Media no ha parado de crecer el número de personas que rezamos el Santo Rosario. La experiencia mística de su rezo se ha implantado en hogares, iglesias, monasterios, santuarios, casas de retiro y demás lugares que se prestan al recogimiento espiritual.

El Santo Rosario nos ilumina la figura y la misión salvífica de la Santísima Virgen María. La devoción mariana por el Santo Rosario nos conecta directamente con la voluntad de Jesucristo.

 

 

A través del Santo Rosario suplicamos, de una manera intensa y continuada, a la Santísima Virgen María para que interceda por nosotros en cada momento de nuestra vida cotidiana. La invocamos para que las necesidades propias y ajenas sean cubiertas con dignidad.

Es una invocación de caridad cristiana. Del mismo modo, invocamos universalmente por todas las causas justas de una manera más concreta. Y, especialmente, la invocamos por la Santa Madre Iglesia, que siempre ha actuado como protectora, promotora y benefactora del Santo Rosario.

Al invocar a la Santísima Virgen María, mientras rezamos el Santo Rosario, también comprendemos a Jesucristo desde su Madre, recordamos la presencia eterna de Nuestro Señor Salvador, recorremos el camino evangélico de la Madre y su Hijo, y anunciamos y rogamos a Jesucristo con la Santísima Virgen María. Así es como obtenemos de Ella sus innumerables gracias.

 

 

Este sagrado instrumento no funciona en manos de individuos incrédulos. Necesita al que confía, a la persona dispuesta a interpretar cada una de sus cuentas. Porque solo sabiendo rezar y meditar el Santo Rosario se puede comprender y descifrar su mensaje evangélico. En su conjunto, hay que verlo, contemplarlo, sentirlo, percibirlo, discernirlo, creerlo y amarlo. Insistiendo, el Santo Rosario no hace nada por sí solo: necesita las manos piadosas de quien lo reza, de quien, utilizándolo, encuentra la Luz de una manera sencilla y cotidiana.

Cada cuenta permite al cristiano renacer a la vida de gracia como hijo de la Santísima Virgen María; cada cuenta irradia al cristiano los efectos que el Espíritu Santo tuvo y tiene sobre la Madre de Dios; y cada cuenta posibilita contemplar la viva imagen de la Iglesia a través de la eterna presencia de Nuestra Señora Santísima.

 

La Cruz es el Misterio central del Santo Rosario. Porque nos salva. La Cruz es un elemento fundamental en el cristianismo, una pieza estimada por el Padre, y aceptada libremente por el Hijo. Su contemplación ayuda a liberarnos de nuestros pecados: es un medio de Salvación.

Su dimensión vertical une el Hijo con los designios salvíficos del Padre, y su dimensión horizontal abraza al género humano para salvarnos. Así, en la Cruz se inscriben victoriosos el Amor, la Luz y la Vida. Nos consuela, ayudándonos a expiar nuestras culpas, nos rescata de caer en pecado mortal.

La Cruz, porque su imagen es Jesucristo crucificado, es un verdadero conocimiento de Dios en su Hijo Predilecto. A partir de una profundización mariana, la Cruz como el eje principal del

Santo Rosario, como el faro guía que abre y cierra el mismo proceso de la oración, tiene propiedades salvíficas para quien reza y medita cada Misterio.

Luego estamos llamados por Dios a seguir el ejemplo de Jesucristo con la Santísima Virgen María, quien a lo largo del Santo Rosario nos orienta hacia la Paz.

Dicha Cruz no es un mero adorno, sino una pieza física, real y palpable que representa la doctrina de Jesucristo. El bautizado, se hace a sí mismo a través de la constante contemplación de la Cruz.

Afortunadamente, la Cruz nos señala como cristianos, es nuestra gloriosa señal, nuestra liberación ahora y siempre por los siglos de los siglos. Es el signo revelador del amor filial de Dios Padre con su Hijo y con el género humano.

En nuestra vida diaria, es una bendición rezar el Santo Rosario, porque la perseverante contemplación de la Cruz es una vía irrenunciable de la santidad cristiana. Es necesario meditar la Cruz por su eficacia salvificadora, la misma que caracteriza al Santo Rosario en su conjunto oracional, ambos sacrosantos instrumentos de santificación.

En definitiva, el Santo Rosario no es un fin, sino un medio para el cristiano. El Santo Rosario es un amplificador mecánico de nuestra propia espiritualidad.

 

Cierto es que podemos rezar el Santo Rosario en cualquier parte, pero cualquier sitio no es idóneo para la oración. Es necesario hacerlo en un lugar donde uno pueda sentirse muy cobijado por la Santísima Virgen María y el Espíritu Santo: un rincón de oración en el propio hogar, una catedral, una iglesia, una capilla, un santuario, una ermita. Debe ser ese lugar donde nos encontremos verdaderamente motivados para rezar. Un ambiente silencioso que invite al recogimiento, Estos, sin duda alguna, son factores muy recomendables para la oración.

 

Sentarse con una postura confortable para rezar el Santo Rosario es lo ideal. También se recomienda rezar de rodillas en el suelo o sobre un cojín, de tal forma que el cuerpo exprese la mayor sumisión y súplica posible a Nuestra Santísima Virgen María.

Incluso ayuda muchisimo cerrar los ojos cuando no tiene delante una imagen de cada Misterio o de la Santísima Virgen María. Y sea cual sea nuestra postura durante el rezo del Santo Rosario, sí se desaconsejan las posturas demasiado cómodas, porque podrían producir somnolencia en un momento en que es necesaria una oración muy consciente y activa.

 

De cara al rezo del Santo Rosario, se requiere una predisposición espiritual para la comprensión del mismo. Se trata de interactuar perfectamente con lo que queremos comprender, es decir, los Misterios. Al enfocar toda la atención sobre un Misterio, enunciando o leyendo los pasajes correspondientes, nos sumergimos en lo más profundo del contenido bíblico o evangélico.

Si mantenemos un constante estado de atención en el Misterio que contemplamos, nuestra actitud será serena, nos hallaremos en calma. Respiraremos apaciblemente y estaremos totalmente concentrados en la escena de la Sagrada Biblia o del Evangelio, olvidándonos de todo cuanto acontece a nuestro alrededor, de pensamientos ajenos a semejante momento de recogimiento.

Luego rezamos el “Padre Nuestro” y los diez “Ave María”, que ayudan a mantener nuestra atención mientras meditamos el Misterio, esquivando de este modo las distracciones. Porque dichas oraciones evitan las interrupciones o fluctuaciones en la mente orante, lo cual no implica mostrarse indiferente y mecánico con dichas oraciones, sino justamente todo lo contrario, porque debemos rezar con un ritmo pausado y reflexivo para mayor eficacia de la contemplación cristológica.

La repetición de las oraciones es clave en la meditación de los Misterios de Jesucristo, expresión de nuestro amor incansable por el testimonio evangélico, un acto de amor infatigable e incondicional con Nuestra Santísima Virgen María y por Ella hacia su Hijo. Repetimos porque insistimos plenamente en nuestro fervoroso amor por Nuestro Señor Jesucristo.

Entonces seremos conscientes de que, en nuestro estado contemplativo, fluye la Palabra de Dios, identificándonos con Jesucristo. Es el momento, ya en silencio, en que nuestra mente orante comprende el profundo e íntimo significado del Misterio contemplado.