"Jesús quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón."

Establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María significa llevar a las personas a una plena consagración de conversión, donación, íntima estima, veneración y amor. Es, pues, en este espíritu de consagración y conversión como Dios quiere establecer en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María.

Todos sabemos lo que representa en una familia el corazón de la madre: ¡es el amor! En verdad, es el amor lo que lleva a la madre a desvelarse junto a la cuna del hijo, a sacrificarse, a darse, a correr en defensa del hijo. Todos los hijos confían en el corazón de la madre y todos saben que tienen en él un lugar de íntima predilección. Lo mismo pasa con la Virgen María. Así́ dice el mensaje:

“Mi Inmaculado Corazón será́ tu refugio y el camino que te conducirá́ hasta Dios.” El corazón de María es, por lo tanto, para todos sus hijos, el refugio y el camino para Dios. Este refugio y este camino fue anunciado por Dios a toda la humanidad, después de la primera tentación.

Al Demonio, que había tentado a los primeros seres humanos y los llevara a desobedecer a la orden divina recibida, el Señor dice: “Haré reinar enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella te aplastará la cabeza cuando tú le hieras en el calcañar” (Gn3,15). La nueva generación que nacerá́ de esta mujer, anunciada por Dios, ha de triunfar en la lucha contra la generación de Satanás, hasta aplastarle la cabeza. María es la madre de esta nueva generación, como si fuera un nuevo árbol de la vida, plantado por Dios en el huerto del mundo, para que todos los hijos se puedan alimentar de sus frutos.

Del corazón de la madre reciben los hijos la vida natural, el primer aliento, la sangre germinadora, el palpitar del corazón, como si la madre fuese la cuerda de un reloj que mueve los péndulos. Mirando la dependencia del hijito en estos primeros tiempos de su gestación en el seno materno, casi podríamos decir que el corazón de la madre es el corazón del hijo. Y lo mismo podremos decir de María, cuando llevó en su seno al Hijo del Padre Eterno. Y así́, el corazón de María es, de algún modo, el corazón de esta otra generación cuyo primer fruto es Cristo, el Verbo de Dios.

Y es de este fruto donde toda la generación de ese Corazón Inmaculado se ha de alimentar, como dice Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él. Como el Padre que me envió́ vive y Yo vivo por el Padre, así́, aquel que me come vivirá́ por mí”(Jn 6, 48; 56- 57). Y este vivir por Cristo es también vivir por María porque su cuerpo y su sangre los había tomado Jesús de María.

Fue en este corazón en el que el Padre encerró́ a su hijo como si fuese el primer sagrario. María fue la primera custodia que lo guardó y fue la sangre de su Corazón Inmaculado la que administró al Hijo de Dios, a su vida y ser humanizado, siendo de Él de quien todos nosotros recibimos “gracia sobre gracia” (Jn 1, 16).

Esta es la generación de esta mujer admirable: Cristo en sí y en su Cuerpo Místico. Y María es la madre de esta descendencia destinada por Dios a aplastar la cabeza de la serpiente infernal.

Vemos así́ cómo la devoción al Inmaculado Corazón de María se ha de establecer en el mundo por una verdadera consagración de conversión y donación. Cómo, por la consagración, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo, y son bebidos como el ser vital en el corazón de María. Es de esta forma como este Corazón Inmaculado ha de ser para nosotros el refugio y el caminopara llegar a Dios.

Formamos así́ el cortejo de la nueva generación creada por Dios, bebiendo la vida sobre natural en la misma fuente germinadora en el corazón de María, que es la Madre de Cristo y de su Cuerpo Místico. De este modo somos verdaderamente hermanos de Cristo, como Él mismo dice: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen” (Lc. 8, 21).

Esta palabra de Dios es el lazo que une a todos los hijos en el corazón de la Madre; aquí́ se escucha el eco de la palabra del Padre porque Dios encerró́ en el corazón de María su palabra, su Verbo eterno, y es de esta palabra de donde nos viene la vida: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, brotarán de su seno ríos de agua viva” (Jn7,37-38). En efecto, se lee en el libro de Isaías: “Derramaré agua sobre la tierra árida, y ríos sobre el suelo seco, derramaré mi espíritu sobre tu posteridad, mi bendición sobre tus descendientes” (Is 44, 3).


Esta tierra regada y bendecida es el Corazón Inmaculado de María, y Dios quiere que nuestra devoción ahí́ eche raíces, porque fue para eso mismo para lo que Dios depositó en él tanto amor como en el corazón de la Madre universal, que consagra y convierte a su generación en el cuerpo y en la sangre de Cristo, su primogénito, Hijo de Dios, el Verbo del Padre: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. [...] Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 4; 14).

Dios inició en el corazón de María la obra de nuestra redención, dado que fue en suFiat, donde tuvo principio: “He aquí́ la esclava del Señor, hágase en mí según tú palabra(Lc.1,38). “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”(Jn 1, 14).

Y así́, en la más estrecha unión que pueda existir entre dos seres humanos, Cristo comenzó́ con María la obra de nuestra salvación.

Las palpitaciones del corazón de Cristo son las palpitaciones del corazón de María, la oración de Cristo es la oración de María, las alegrías de Cristo son las alegrías de María; de María recibió́ Cristo el cuerpo y la sangre que han de ser, respectivamente, inmolado y derramada por la salvación del mundo. Por eso, María, hecha uno con Cristo, es la corredentora del género humano: con Cristo en su seno, con Jesucristo en sus brazos, con Cristo en Nazaret, en la vida pública; con Jesucristo subió́ al Calvario, sufrió́ y agonizó recogiendo en su Inmaculado Corazón los últimos dolores de Cristo, sus últimas palabras, las últimas agonías y las últimas gotas de su sangre, para ofrecerlas al Padre.

Y María quedó en la tierra para ayudar a sus otros hijos a completar la obra redentora de su Cristo, conservándola en su corazón como un manantial de gracia —Ave gratia plena— para comunicarnos los frutos de la vida, pasión y muerte de Jesucristo su Hijo.

¡Ave María!

( del libro: LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA de Sor Lucía)

 

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· LLAMADA AL REZO DIARIO DEL ROSARIO

· LLAMADA A LA CONSIDERACIÓN DE LA VIDA ETERNA