NO MATAR
(Del Libro de Sor Lucia: “Las llamadas del mensaje de Fátima”)

«No matarás» (Dt. 5,17).

Con este mandamiento Dios nos prohíbe cualquier atentado contra la vida humana. Decidir el término de ésta es un derecho que Dios reserva solamente para sí. Por eso, no nos es lícito aniquilar vida humana alguna, aunque esté todavía en germen.

Esta prohibición que Dios hace a la humanidad de no matar es puesta a nuestra consideración en varias partes de la Sagrada Escritura. La historia de Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, es un ejemplo claro: «Fue Abel pastor y Caín labrador; y al cabo de tiempo hizo Caín ofrenda a Yavé de los frutos de la tierra, y se la hizo también Abel de los primogénitos de su ganado, de lo mejor de ellos; y agradose Yavé de Abel y su ofrenda, pero no de Caín y la suya. Se enfureció Caín y andaba cabizbajo; y Yavé le dijo: “¿Por qué estás enfurecido y por qué andas cabizbajo? ¿No es verdad que, si obraras bien, andarías erguido, mientras que, si no obras bien, estará el pecado a la puerta? Cesa, que él siente apego a ti, y tú debes dominarlo a él”.» Dijo Caín a Abel, su hermano: “Vamos al campo”. Y cuando estuvieron en el campo, se alzó Caín contra Abel, su hermano y le mató. Preguntó Yavé a Caín: “¿Dónde está Abel, tu hermano?” Contestóle: “No sé. ¿Soy acaso el guarda de mi hermano?” “¿Qué has hecho? —le dijo Él—. La voz de la sangre de tu hermano está clamando a Mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito serás de la tierra, que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano. Cuando la labres, te negará sus frutos, y andarás por ella fugitivo y errante”. Dijo Caín a Yavé: “Insoportable es mi castigo. Ahora me arrojas de esta tierra; oculto a tu rostro habré de andar fugitivo y errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará”. Pero Yavé le dijo: “No será así. Si alguien matara a Caín, sería éste siete veces vengado”. Puso, pues, Yavé a Caín una señal, para que nadie que lo encontrase le matara. Caín, alejándose de la presencia de Yavé, habitó la región de Nod, al oriente de Edén» (Gén. 4, 2-16).

Este pasaje de la Sagrada Escritura nos da enseñanzas maravillosas acerca de este mandamiento de Dios, «No matarás». Lo primero que se me ocurre es esto: A pesar de haber sido Caín el asesino de su hermano, el Señor no permite que alguien pueda matarlo. Es un derecho que Dios se reserva para sí, el enviar la muerte a cada uno cuando Él lo apruebe. Dios procede así para dar tiempo al arrepentimiento y a la penitencia.

Si Caín, en vez de desesperarse cara al castigo con el miedo de poder ser muerto por alguien, hubiese antes reconocido su pecado y pedido humildemente perdón al Señor, con certeza que lo habría obtenido. Pero, en vez de ese acto de humildad y confianza en la bondad de Dios, ¡se desespera!

Posiblemente Cain recelaba de que alguien, sabiendo cómo él había procedido con Abel, quisiese vengarse tratándolo del mismo modo. Pero Dios prohíbe también el homicidio por ajuste de cuentas. Tomando medidas para que tal cosa no llegara a suceder y el pecado no se repitiera. Con esta orden, Dios nos prohíbe el pecado de venganza, porque la venganza es un pecado de rebelión promovido por el orgullo exaltado. No podemos, pues, vengarnos de nuestro prójimo ni castigar a los delincuentes con espíritu de venganza.

En los casos en que la autoridad se ve forzada a castigar el crimen para mantener el orden, el castigo debe ir siempre acompañado por el espíritu de caridad para con el bien común y para con el culpable, de modo que éste reconozca el mal, se arrepienta y pueda cambiar de vida.

Ordinariamente no se tienen en cuenta ciertos géneros de muerte lenta que son infligidos al prójimo y, en cambio, sí pesan en la balanza de Dios. La injusticia con que muchas veces se sacrifica el prójimo; la calumnia con la cual se le roba el buen nombre, la dignidad personal y el respeto que le es debido; el abuso con que es despojado de los propios derechos y tantas otras cosas del mismo estilo, con las cuales el prójimo va siendo martirizado y se le va causando lentamente la muerte.

Cuando Jesucristo fue preso en el Huerto de los Olivos, san Pedro, queriendo defender al Maestro, tomó una espada y agredió a uno de los soldados, cortándole una oreja, pero el Señor acudió al herido y dijo a Pedro: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que emplean espada, a espada perecerán» (Mt. 26, 52). Esto significa que todo el crimen tiene castigo y que Dios lo prohíbe y repele. Ni en defensa propia consintió el Señor que san Pedro usase la espada. No quiere esto decir que en caso de ataque no podamos defendernos, pero sí que no debemos agredir al prójimo injustamente, salvo que nos encontremos forzados por necesidades de defensa.

Volviendo al caso de Caín y Abel, encontramos aquí un aviso con una orden de Dios dada a Caín, que no debemos pasar por alto sin una seria reflexión: «¿Por qué estás enfurecido y por qué andas cabizbajo? ¿No es verdad que, si obraras bien, andarías erguido, mientras que, si no obras bien, estará el pecado a la puerta? Cesa, que él siente apego a ti, y tú debes dominarlo a él». Todos nosotros debemos conocer cuál es la tentación que con más frecuencia nos asalta, pretendiendo arrastrarnos por el camino del mal; en otras palabras, cuál es el pecado que, como dice Dios a Caín, tiene más inclinación hacia nosotros. Debemos dominarlo, como Dios pidió: «debes dominarlo».

Todo pecado trae consigo una sentencia de muerte eterna, por ser transgresión de la Ley de Dios: «No comas el [fruto] del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque, en el día en que lo comieres, ciertamente morirás» (Gén. 2, 17). Frase que podríamos leer así: si transgredes mis órdenes incurres en pena de muerte, o sea, de condenación eterna. Todo pecado cae bajo lo trazado en esta sentencia, porque todo él es una transgesión de una Ley de Dios, trayendo consigo la muerte eterna y, muchas veces también, la muerte temporal; ahora, no nos es lícito sacrificar la vida del prójimo ni la nuestra. Este mandamiento es absoluto: «No matarás».

Jesucristo, en el Sermón de la Montaña, confirmó esta orden divina diciendo: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás, y el que mate será reo de juicio”. Pero yo os digo: Todo el que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “imbécil” será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego» (Mt. 5, 21-22).

El Señor dice «está sujeto a la condenación». Es que quien comete estos pecados puede todavía salvarse si quisiera arrepentirse, pedir perdón y hacer penitencia, reparando cuanto sea posible el mal causado al prójimo.

¡Ave María!

 

0 Comments

Déjanos un comentario