DESPUÉS DE LA CONSAGRACIÓN

 

¿Qué viene después de consagrarnos a María? ¡Mucha gracia y un nuevo amanecer glorioso! Pero así como el amanecer se convierte en día, quizás empecemos a preguntarnos ¿cómo debemos vivir nuestra consagración? ¿La hacemos una vez para luego olvidarnos de ella? No. Los siguientes tres puntos nos ayudarán a vivirla al máximo: renovación, actitud y devoción.

RENOVACIÓN
San Luis de Montfort recomienda que renovemos nuestra consagración al menos una vez al año el mismo día, aunque nos anima a renovarla con más frecuencia. El Papa Juan Pablo renovaba su consagración a María cada día . Para la renovación diaria, podemos utilizar la misma fórmula completa que recitamos
en el Día de Consagración o una versión abreviada como ésta:

María, Madre mía, me entrego por completo a ti como tu posesión y propiedad. Haz de mí, por favor, de todo lo que soy y tengo, lo que más te agrade. Permíteme ser un instrumento digno en tus manos inmaculadas y misericordiosas para ofrecer la máxima gloria posible a Dios.

ACTITUD
¿Cómo debemos vivir nuestra consagración? ¿Qué tipo de “actitud mariana” debemos tener? Es difícil explicarlo en detalle y varía de persona a persona. Incluso nuestros cuatro santos lo explican de
distintas maneras. Aun así, comparten los elementos esenciales.

San Luis de Montfort dice que no es suficiente entregarnos a María sólo una vez y después simplemente seguir nuestro camino. Cree que necesitamos entrar en el espíritu de la consagración, el cual requiere una dependencia interior de María. En otras palabras, explica que debemos hacer todo “con María, en María, por María y para María” a fin de hacer todo más perfectamente con Jesús, en Jesús, por y para Jesús. De Montfort se centra en la frase “con María” describiéndola con el lenguaje que San Maximiliano Kolbe adoptaría más tarde:

“La práctica esencial de esta devoción consiste en obrar en todo con María. ...Tienes que acudir a la Santísima Virgen y unirte a sus intenciones. ...es decir, entrar en sintonía con su voluntad y en armonía con sus disposiciones, para que Ella obre en ti y haga de ti lo que mejor le parezca, para mayor gloria de su Hijo Jesucristo y del Padre del cielo. No hay, pues, vida interior ni acción espiritual posibles que no dependan de Ella.”

Aunque Kolbe describe su consagración a María de una manera similar a esta cita (“entrar en sintonía con su voluntad y en armonía con sus disposiciones”), cree que “no existe una fórmula fija” para vivir la consagración. Cree que María misma necesita enseñarnos lo que significa: “Yo tampoco sé en teoría, ni mucho menos en la práctica, cómo hay que servir a la Inmaculada.... Sólo Ella debe instruir a cada uno de nosotros en cada instante, debe conducirnos”.

Para recibir las instrucciones de María, necesitamos acudir a ella mediante “la oración humilde” y reflexionar sobre “la amorosa experiencia” de su intercesión en nuestras vidas diarias.

En resumen, para Kolbe, aprendemos la actitud de consagración “dependiendo de su poderosa intercesión, sintiendo su atención tierna, hablándole con el corazón, permitiendo que nos guíe, recurriendo a ella para todo y confiando completamente en ella”. También diría Kolbe que nuestra consagración a María debería darnos un espíritu apostólico que busque inspirar a otros a consagrarse. Pues, como aprendimos antes, la consagración mariana es la vía más rápida, fácil y segura hacia la santidad no sólo para ti y para mí, sino para todos, y por lo tanto, es la manera más eficaz de llevar a todo el mundo a Dios en Cristo.

Para la Madre Teresa, vivir la consagración mariana es esencialmente una actitud del corazón. Más concretamente, es vivir con y en el Inmaculado Corazón de María. Esta actitud está descrita detalladamente en su “alianza de consagración”, la cual leímos antes. Es más, el contexto de toda su consagración se encuentra en una especie de compasión hacia Jesús que tiene sed

de amor y de almas. Entonces, para la Madre Teresa, la actitud para vivir la consagración consiste en permitir a María llevarnos a la Cruz de Jesús, permitirle calmarnos para poder escuchar la sed dolorosa de Jesús, y pedirle a ella que nos enseñe a consolar a Jesús con su propio amor puro.

El Papa Juan Pablo II encuentra el núcleo de cómo debemos vivir nuestra entrega a María en las palabras del Evangelio de Juan: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” (Jn. 19:27). En otras palabras, entiende la actitud de entrega en términos de invitar a María a entrar en todo lo que constituye la vida interior de una persona. Como el “Papa del Sufrimiento”, también pone un énfasis “co-redentor” en su teología de la entrega mariana. Lo hace cuando señala que aquella que más estuvo unida a Cristo en la consagración de sí mismo en la Cruz para la redención nos ayuda a unirnos a esa misma consagración. En otras palabras, María nos ayuda a ofrecer en sacrificio nuestras propias cruces; nos recuerda no malgastar nuestros sufrimientos; y nos da el coraje para ser “co-reden-tores” con Cristo (ver Col. 1:24) — por supuesto, de una forma subordinada y unida a Cristo.

Lo que vemos en todos estos santos y beatos, de cualquier manera que lo expresen, es que debemos acercarnos a María, depender de ella con amor, hablarle de corazón, tener confianza en su poderosa intercesión y compartir con ella nuestras alegrías, penas y sufrimientos. Dicho esto, la consagración a María no es algo basado en sentimientos ni en una atención constante a María, por más bella que sea tal atención. Según San Maximiliano Kolbe, la actitud apropiada de los consagrados a María no procede tanto de la razón o de las emociones, como de la voluntad:

“No es necesario en absoluto que en aquel preciso momento la Inmaculada nos venga a la mente, porque la esencia de la unión con Ella no consiste en el pensamiento, en la memoria, en el sentimiento, sino en la voluntad. ”

“Vuelvo a repetir: nosotros le pertenecemos a Ella aunque no repitamos siempre esa entrega concreta, porque estamos consagrados a Ella y nunca nos hemos retractado de nuestra consagración.”

“Aunque no lo pensemos... Ella dirige cada uno de nuestros actos y predispone todas las circunstancias, repara nuestras caídas y nos conduce amorosamente hacia el cielo, y por medio de nosotros se complace en sembrar buenos pensamientos, afectos, ejemplos, en salvar las almas y llevarlas de nuevo al buen Jesús.”

Así, mientras San Luis de Montfort dice, “Debes acudir siempre a nuestro Señor por medio de María”, Kolbe nos enseña que este acudir por medio de ella no siempre tiene que ser un acto consciente. Seguramente diría que es algo bueno acudir expresamente a María, pero no es necesario hacerlo cada vez que acudamos a Jesús. Cree que una vez que nos consagramos a María y desarrollamos una dependencia habitual de ella, ciertamente acudimos siempre a Jesús con ella, aun si no estamos pensándolo. Un ejemplo nos ayudará a comprender esto: Digamos que un marido ama a su esposa y tiene que ir en un viaje de negocios, lejos de casa. Mientras viaja, se reúne con clientes y completa los informes, su esposa permanece con él en el corazón, aun si no está pensando específicamente en ella. Así es cuando María está en nuestros corazones.

Cuando estamos consagrados por completo a María, cuando hemos desarrollado una relación de dependencia inocente de su atención maternal, siempre está con nosotros cuando rezamos, así como Jesús siempre está con nosotros cuando rezamos a Dios Padre. Por ejemplo, esto último es así incluso cuando no recurrimos a Jesús al decir: “Padre nuestro”. Aquí, la idea principal de Kolbe es que el Padre, el Hijo y María, que está siempre unida al Espíritu Santo (aún permaneciendo como criatura) no hacen vida aparte. Al contrario, Jesús, María y el Espíritu Santo siempre están unidos en un solo movimiento “ascendente” hacia el Padre, y siempre que recurrimos a uno de ellos, nos unimos a todos ellos en su solo movimiento ascendente. En otras palabras, no están en competencia; no se quitan nada los unos a los otros. Más bien, forman una unidad y trabajan como un equipo — aunque con papeles diferentes — para llevar todo de regreso al Padre.

Antes de concluir, me gustaría enfatizar algo importante: aunque es verdad que los efectos de la consagración mariana se mantienen incluso cuando no pensamos en María, vivir la consagración requiere cierto esfuerzo. Después de todo, las relaciones cercanas requieren de comunicación y trabajo, y esto definitivamente se aplica a nuestra relación con María.

La parte de “comunicación” se refiere al desarrollo de una dependencia cariñosa de ella y de un acudir a ella con la oración, lo cual ya aprendimos en esta sección y seguiremos aprendiendo en la próxima. La parte de “trabajo” se refiere a evitar el pecado, el cual rompe los Corazones de Jesús y María. Quiero aclarar que estar completamente consagrado a María no significa que ya no vamos a pecar más. No obstante, significa que debemos tener una sincera resolución de, cuando menos, evitar todo pecado mortal y luchar para crecer en virtud y santidad. Esta es una parte tan crucial de la consagración mariana que, como probablemente recordarás, de Montfort comienza su oración de consagración con una renovación de las promesas bautismales de rechazar a Satanás (al pecado) y de seguir a Jesucristo más de cerca.

En conclusión, si estamos consagrados por completo a María, ella entonces trabaja en nuestras vidas, aumenta nuestras buenas obras, y nos cuida a nosotros y a nuestros seres queridos incluso cuando no recurrimos a ella. Además, con el Espíritu Santo, nos conduce a Jesús sin examinar si estamos pensando en ella o no. Así es el poder de su maternidad. ¡Así es el poder de la consagración mariana!

Dada la grandeza de este regalo, debemos esforzarnos más todavía para unirnos a María e intentar hacer todo a través de ella, con ella y en ella. Al menos por agradecimiento, debemos tratar de tener una actitud de atención y dependencia hacia ella. Sin embargo, aquí tiene que ponerse en juego algo más que el solo tratar de agradecer a María. Cuanto más pertenezcamos a ella, más podrá ella valerse de nosotros para cumplir la voluntad perfecta de Dios. Ciertamente, cuanto más nos unamos a María, más podrá ayudarnos a entrar a la más profunda intimidad con Jesús que sea posible. Es un misterio que ella misma nos enseñará, una lección derivada más de la experiencia de su tierna atención que del estudio de los libros.

DEVOCIÓN
Para ayudarnos a profundizar nuestra actitud de dependencia cariñosa de María, la práctica de las devociones marianas es una buena idea, especialmente aquellas que están más ligadas a la consagración mariana. Preeminente entre ellas es el rosario. El rosario fomenta en nosotros la actitud que describí en la última sección. Cuando rezamos el rosario, nuestro enfoque debe centrarse en los misterios de la vida de Jesús. Aún las Avemarías, que fluyen en el fondo, fomentan en nosotros la actitud habitual de estar con María incluso mientras recurrimos a Jesús. En otras palabras, incluso si no pensamos en las palabras de cada Avemaría, las palabras todavía están allí, ayudándonos a
contemplar a Cristo.

Algunas devociones marianas son el escapulario, la Medalla Milagrosa, la Corona de las Diez Virtudes Evangélicas y la Corona de los Siete Dolores. Otras devociones que merecen ser brevemente descritas son las novenas, los iconos, las peregrinaciones y las festividades.

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