CENÁCULOS DE ORACIÓN

En el presente apéndice presentamos lo que podría ser un esquema de Cenáculo. En sus mensajes Nuestra Señora insistentemente nos llama a todos a unirnos con Ella en ferviente oración y amor fraternal, en Cenáculos auténticos tal como se reunieron con Ella los primeros Apóstoles (Hch 1,14); y lo que es más importante en el mundo y en la Iglesia hoy, para la preparación del segundo Pentecostés con el Triunfo del Inmaculado Corazón de Ma- ría, y para atraer sobre nosotros el don del Espíritu Santo.

Nadie debe tener dudas sobre cómo iniciar un cenáculo; es muy simple, tal como lo dice Nuestra Señora:
«No hay necesidad de organización alguna; todo debe ser sencillo, espontáneo y silencioso»
«No es necesario que sean reuniones numerosas, aún con dos o tres personas es suficiente.»

El cenáculo podrá celebrarse con la frecuencia que se desee, en una iglesia o en una casa, disponiendo de una digna imagen de la Santísima Virgen María, con una llamita a su lado y procurando que el lugar y la hora sean siempre las mismas.

PASOS:
1. El encuentro silencioso
Nos dirigimos al Cenáculo, y mientras vamos de camino buscamos no distraernos para permitir que el silencio que reinaba en el Corazón de Nuestra Madre María, empiece a reinar en nuestro corazón; sin perder de vista que, dirigirnos al cenáculo es dirigirnos a un encuentro personal con nuestra buena Madre. Una vez llegados al lugar donde se realiza el Cenáculo, nos ubicamos en el lugar de encuentro, recordando que no vinimos a charlar ni hacernos visita entre nosotros sino a encontrarnos con la Santísima Virgen María, y por tanto, si hay que hacer un saludo, este deberá ser lo más sobrio que se pueda (lo sobrio no quita lo amable), e inmediatamente sin dejar perder de vista el dulce silencio que venimos haciendo en nuestro corazón, el silencio de nuestra Madre, nos ubicamos en un lugar mientras comienza la oración.

2. Iniciamos El Santo Rosario con:
a. La Señal de la Cruz
Invocamos el Espíritu de Dios a través de la Santísima Virgen María:
«Ven espíritu santo, ven por medio de la dulce y poderosa intercesión del corazón inmaculado de María tu amadísima esposa» (se repite tres veces).
b. Se hace un Ave María dejando que sea Ella en nosotros quien invoque y espere al Santo Espíritu (Invocar esperando).
c. Rezamos el Credo, no como una recitación, sino con el Credo de la Santa Iglesia, o sea, con la Iglesia y en María (como un niño que se arroja en los brazos de mamá para aprender a rezar).
d. Hacemos Confesión de nuestra condición pecadora, Yo confieso...

3. Los Cinco Misterios
a. Enunciamos los Misterios a contemplar evitando las reflexiones, intenciones o peticiones; nuestra única intención deberá ser el encontrarnos con la Santísima Virgen, la de crecer en Ella y el adentrarnos en su Corazón Inmaculado para allí preparar el «Segundo Pentecostés de la Iglesia» y la consiguiente renovación del orden de la creación por parte de Dios. (Ez. 36, 23 - 35; Is. 65, 17-25).
b. Luego el Padre Nuestro; el cual buscamos hacerlo todos juntos con un solo corazón y una sola alma, con la debida pausa y respiración para «permitir» que el Espíritu Santo actúe en nosotros.
c. Seguidamente hacemos la siguiente jaculatoria para honrar e invocar a los Padres de la Santísima Virgen María:
V: Ave María Purísima.
R: Sin Pecado Concebida, Hija De San Joaquín Y Santa Ana, María Santísima.
d. Continuamos con las Ave Marías; igualmente en unidad, con la suficiente pausa y respiración. como un solo corazón y una sola alma. El nombre de MARIA deber pronunciarse con mucho amor y con la suficiente tranquilidad, sin apresuramientos. Procúrese hacer una respiración entre una parte y la otra en el Ave María, tratando con ello de respirar el mismo aire que respiraba Jesús «permitiendo» a la vez la acción del Espíritu.
«El Santo Rosario nos transporta místicamente a Nazareth, en donde la Santísima Virgen María continua con el crecimiento del cuerpo místico de su Hijo, con igual diligencia» (S.S. Juan Pablo II)
Nota: Todos los espacios de quietud y de silencio que se presenten durante el Cenáculo, deberán ser bienvenidos, pues ellos nos permiten transportarnos místicamente al Corazón Inmaculado de María.
e. El Gloria al Padre, lo hacemos todos juntos e igualmente la oración de Fátima: «Oh Jesús mío, perdonad nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno, aliviad las almas del purgatorio, especialmente las mas necesitadas de vuestra misericordia».
f. Seguidamente decimos juntos la siguiente jaculatoria:
«Sea Amado Y Adorado En Todo Momento Jesús, En El Santísimo Sa- cramento».

4. Para finalizar
a. Para terminar el Rosario saludamos a la Santísima Virgen María:
Te damos gracias soberana princesa, dulce Madre María por todos los amo- res que de ti recibimos y te saludamos en unión a la Iglesia Triunfante en el Cielo, en unión con la Iglesia Purgante y en unión a la Iglesia Militante, que peregrina en esta tierra. También te presentamos el saludo de todas las hermanas criaturas y unimos a ellas nuestra voz para saludaros diciéndote: «Dios Te Salve Reina Y Madre ...»
b. Ofrecemos las Intenciones Por El Santo Padre:
Santísima Madre; colocamos en tu Corazón Inmaculado, el valor de la indulgencia plenaria que la Iglesia nos permite ganar con el Santo Rosario, orando por las intenciones del Santo Padre: (un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria).
c. A continuación entonamos juntos «El Magnificat»:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
El Hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo acordándose de su misericordia como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
d. Adicionalmente; si se quiere, se puede hacer una pequeña meditación sobre la consagración a María, sin permitir que el intelecto o el tema nos arrebate de la presencia de Ella. 12

5. Hacemos nuestra consagración a la santísima Virgen María
a. Hacemos la Consagración
Recordemos que esta es la finalidad por la cual nos hemos unido a Ella: rendirle nuestra condición de hijos suyos de una manera incondicional.
(Mientras vamos recitando la consagración, de vez en vez vamos levantando la cara para mirar la imagen de la virgen)
b. Finalizada la consagración le pedimos la bendición a la Santísima Virgen:
Dulce madre, no te alejes; tu vista de nosotros no apartes; ven con nosotros a todas partes y solos nunca nos dejes; y ya que nos amas tanto, como verdadera madre que eres, haz que nos bendiga el Padre, el Hijo, el Espiritu Santo.

En el Cenáculo de su Corazón, La Santísima Virgen nos alimentará, nos formará y nos ayudará para así crecer en la consagración a Ella. Por eso nos llama a formar cenáculos con Ella. Nos pide multiplicarlos y difundirlos en todo el mundo de manera especial en las familias, para que el Espíritu del Amor Divino pueda pasar por la puerta dorada de su Inmaculado Corazón para entonces poder preparar a la humanidad para una nueva era de gracia y santidad.

San Luis María Grignon de Montfort define la Perfecta devoción:
«Consiste en darse todo entero como esclavo a María y a Jesús por Ella y además en hacer todas las cosas por María, con María, en María y para María».
En medio de las tribulaciones del momento presente, María desde su Corazón, nos está mostrando su próximo triunfo y la llegada de «Días gloriosos». María nos invita a encerrarnos en el arca de su Inmaculado Corazón, para maravillarnos de la Gloria de Dios que reside en Ella. Y nos invita a los cenáculos y a la consagración a su Inmaculado Corazón.
«Ante la manifestación de la santidad de Dios, el Consagrado, como Juan al pie de la Cruz, vibrando con los sentimientos del Corazón de su Madre y envuelto en los misteriosos esplendores de la Redención, con ánimo agradecido, entrega con generosidad su vida, al servicio de los designios del Padre, cantando jubilosamente en María, una incesante alabanza a la Santísima Trinidad».

La Consagración a María, nos hará gozar con corazón humilde la alegría de vivir en sus brazos maternales, como vivió su Hijo Jesús, que siempre mantuvo con su Madre un Corazón de niño, y quiso necesitar siempre de la presencia maternal de María, se dejó amar por Ella, y nos la entregó, en un misterio de amor infinito como Madre nuestra. ¿Qué niño al abrir sus ojitos, no rompe en llanto al no ver los ojos de su madre?

Bien podemos afirmar que al pie de la cruz, Jesús al entregarnos a María por Madre, nos consagró a su Corazón Virginal, como seguro refugio y Arca salvadora.
A medida que se va viviendo la Consagración a María, el Espíritu nos ira adentrando en las insondables riquezas de este nuevo edén de Dios: «Por eso ejercítate para estar conmigo en mi Corazón, obrar siempre conmigo, pensar con mi mente, ver las cosas con mi misma mirada, tocarlas con mis manos y amarlas con mi Corazón; entonces: ¿podrás llegar a ser verdaderamente el hijo que mi corazón anhela?, y tu alma experimentará así de esos momentos de paraíso que yo guardo celosamente para mis hijos consagrados».
La Consagración exigirá un abandono total en las manos de María como el niño se abandona en los brazos de su madre y como Jesús vivió en los brazos de María.

 

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