"Continuad rezando el Rosario, para alcanzar el fin de la guerra"(Nuestra Señora 13 de septiembre de 1917)

El mensaje pide que continuemos rezando el rosario, que es la fórmula de oración que está más al alcance de todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios e ignorantes; todas las personas de buena voluntad pueden diariamente rezar el rosario.

¿Pero por qué el mensaje nos pide continuar rezando todos los días el rosario?

Porque la oración es la base de toda la vida espiritual: si abandonamos la oración nos viene a faltar aquella vida sobrenatural que es absorbida en el encuentro de nuestra alma con Dios, porque este encuentro se realiza en la oración.

Ved lo que Jesucristo nos recomendó: “Pedid y se os dará́; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá́. Porque todo el que pide, recibe, y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá́” (Mt 7, 7-8).

La oración es la búsqueda y encuentro con Dios. Nosotros precisamos buscar a Dios para encontrarle, y la promesa está ahí: “todo el que busca, encuentra”. No es que Dios esté lejos de nosotros, es que nosotros nos alejamos de Dios y perdemos el sentido de su presencia. Por eso, el mensaje nos pide la perseverancia en la oración, o sea, que continuemos rezando, para alcanzar el fin de la guerra.

Por cierto que, en aquel momento, el mensaje se refirió́ a la guerra mundial que entonces afligía a la humanidad. Pero esa guerra es también el símbolo de muchas otras guerras que nos cercan y de las cuales precisamos obtener el fin, con la oración y nuestro sacrificio. Pienso en las guerras que nos promueven los enemigos de nuestra salvación eterna: el Demonio, el mundo y nuestra propia naturaleza carnal.

No falta en nuestros días quien se atreva a negar la existencia de los demonios; sin embargo, eso es una realidad. Los demonios son ángeles que fueron creados por Dios para servirle y alabarle. El principal de estos ángeles, de nombre Lucifer, se llenó́ de orgullo, quiso igualarse a Dios y arrastró consigo una multitud de otros ángeles que lo siguieron. Nos dice san Juan en el libro del Apocalipsis: “Y se entabló un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles lucharon contra el dragón. También lucharon el dragón y sus ángeles, pero no prevalecieron, ni hubo ya para ellos un lugar en el cielo. Fue arrojado aquel gran dragón, la serpiente antigua, llamado Diablo y Satanás, que seduce a todo el universo. Fue arrojado a la tierra y también fueron arrojados sus ángeles con él” (Ap 12, 7-9)

Son otras palabras del mismo libro sagrado: “Vi a otro Ángel que bajaba del Cielo, con gran poder, y la tierra quedó ilumina- da con su claridad. Y gritó con fuerte voz: ¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Y se convirtió en la morada de los demonios, en guarida de todo espíritu impuro y en refugio de toda bestia inmunda y odiosa, porque todas las naciones bebieron del vino del furor de su lujuria, los reyes de la tierra han fornicado con ella y con su desenfrenado lujo se han enriquecido los mercaderes de la tierra” (Ap 18,1-3)

Y más adelante, refiere: “Vi a un Ángel que bajaba del Cielo, con la llave del abismo y una gran cadena de la mano. Apresó al Dragón, la Serpiente antigua que es el Diablo y Satanás, y lo encadenó. [...] Lo arrojó al abismo, lo cerró y puso un sello en el para que no seduzca más a las naciones” (Ap 20,1-3).

El profeta Isaías compone una sátira contra el rey de Babilonia, con términos que recuerdan esa caída de los demonios: “¿Cómo caíste del cielo, lucero brillante, hijo de la aurora? ¿Echado por tierra el dominador de las naciones? Tú, que decías en tu corazón: «Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, ele- varé mi trono; me instalaré en el monte santo, en las profundidades del abismo»” (Is 14,12-15).

Y el profeta Zacarías, en una de las visiones de su libro, describe al Demonio como el acusador contra el sumo sacerdote, cerca de Dios: “Y me hizo ver a Josué el sumo sacerdote, que estaba en pie delante del ángel de Yavé, y tenía a su diestra a Satán, que le acusaba. Yavé dijo a Satán: ¡Que Yavé te reprima, oh Satán, que Yavé te reprima, pues El ha elegido a Jerusalén! ¿No es por ventura ése un tizón que acaba de ser arrebatado a la hoguera?” (Za 3,1-2).

Y el libro del Apocalipsis, después de mostrar la derrota de Satanás y su sucesiva expulsión del Cielo, dice: “Oí en el Cielo una fuerte voz que decía: Ahora ha llegado la salvación, la fuerza, el Reino de nuestro Dios, y el poderío de su Cristo porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche. Ellos lo vencieron por la sangre del Cordero” (Ap 12,10-11)

Jesús en su vida pública expulsó muchos demonios. Un día, respondiendo a los fariseos que maliciosamente afirmaban que Él los expulsaba por el poder de Belzebú, príncipe de los demonios, dice: “Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo se sostendrá su reino? Puesto que decís que expulso a los demonios por Belzebú, ¿vuestros hijos por quién los expulsan? [...] Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros” (Lc 11,18-20)


Previniendo y animando al apóstol san Pedro contra los asaltos y tentaciones del Demonio, le dice el Señor: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo, pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32).

San Pedro, en una de sus cartas, nos escribe: “Sed sobrios y vigilad, pues vuestro adversario el Diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos. Y, después de haber sufrido por poco tiempo, el Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a su eterna gloria, os restablecerá y consolidará, os dará fortaleza y estabilidad. ¡A Él sea dada la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén” (1 P 5,8-11)

Todos estos pasajes de la Sagrada Escritura y muchos otros, que sería demasiado largo transcribir aquí, nos pruebanla existencia de los demonios. No podemos olvidar esta verdad revelada por Dios. El mensaje vino a recordarnos y confirmarnos en esta verdad, para que no nos dejemos engañar ni ilusionar por falsas afirmaciones: nos pide que continuemos rezando y estando alerta para no dejarnos engañar por las sugestiones de este enemigo, que, por todos los medios a su alcance, procura llevarnos a la eterna condenación. Jesucristo dice: “Todo aquel que comete pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34).

El Demonio procura arrastrarnos por el camino del pecado, a fin de hacernos esclavos en el tiempo y la eternidad. Pero, ¿por qué será que el Demonio se volvió así, tan gran enemigode Dios y de los hombres? Se volvió enemigo de Dios por haber sido vencido por Él —humillación ésta con la cual su orgullo no se conformó— y, rabioso, procura vengarse de todas las formas. Llevado por este orgullo, al ver que Dios creó la humanidad, con una naturaleza inferior a la suya, pero para ir a gozar un día en el Cielo la felicidad que él había perdido, el Demonio se llenó de envidia y decidió emplear todos los esfuerzos para perder al hombre, llevándolo a desobedecer a Dios, a despreciar sus órdenes y a no dar crédito a su palabra. Así fue como engañó a los primeros seres humanos.

Tomando la forma de serpiente, fue al encuentro de Eva, la primera mujer que Dios creó y que paseaba en el jardín terrenal del Edén, y le preguntó: «“¿Os ha mandado Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso?” Y respondió la mujer a la serpiente: “Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: ‘No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir’”. Y dijo la serpiente a la mujer: “No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”. Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él sabiduría, y cogió de su fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió. Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron unas hojas de higuera y se hicieron unos cinturones. Oyeron a Yavé Dios, que se paseaba por el jardín al fresco del día, y se escondieron de Yavé Dios el hombre y su mujer en medio de la arboleda del jardín. Pero llamó Yavé Dios al hombre, diciendo: “¿Dónde estás?” Y éste contestó: “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí”» (Gn 3,1-10)

En el texto sagrado, vemos que el Demonio engañó a los dos primeros seres humanos. Les dice que si comen de aquel fruto pasarán a ser como Dios: «¡Seréis como Dios!» La verdad es que no sólo no se volvieron como Dios, sino que quedaron muy inferiores a lo que eran antes, y, con miedo de Dios, «temeroso porque estaba desnudo, me escondí», se quisieron sustraer a su mirada.

¿Por qué es que están desnudos? Porque por la desobediencia a Dios perdieron el vestido de la gracia: se vieron despedidos, desnudos de la gracia que los revestía. Fue lo que ganaron dejándose seducir y engañar por el Demonio. ¡Este es su arte! Por eso, Jesucristo nos previene del Diablo: «El era homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, por- que no hay verdad en él. Cuando habla la mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso y el padre de la mentira» (Jn 8,44)

Pero yo creo que la envidia del Demonio debe haber subido de tono cuando vio a la humanidad por él seducida; Dios le promete un redentor, mientras que para él no hubo redención. ¿Y por qué motivo Dios habrá sido así de misericordioso con la humanidad? No tengo certeza, pero pienso que habrá sido porque el hombre cayó seducido y engañado por la malicia de otro, al tiempo que el Demonio pecó por malicia propia. Dios habrá visto en el hombre la posibilidad de arrepentirse y, con humildad, pedir perdón, pero en el Demonio el orgullo es tanto que no admite arrepentimiento ni humildad que le lleve a pedir perdón. Así él se vio vencido y condenado para siempre, como le dice Dios: «Haré reinar enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el calcañar» (Gn 3,15)

Además de las tentaciones del Demonio, tenemos también las tentaciones delmundo que nos rodea, sugestiona e ilusiona. Muchas veces somos ilusionados y engañados por las voces del mundo. El mundo nos habla de vanidades, riquezas, honras, modas, etc. Llevados por estas voces, queremos subir, parecer bien, atraer las atenciones, vernos llenos de honras, poseer riquezas, pasar por sabios, ocupar los primeros lugares, aun a costa de la justicia de la caridad.

Éstas son las tentaciones del mundo, que ciegan y oscurecen el entendimiento. Por eso, Jesucristo, pensando en aquellos que, de corazón fiel a su palabra y gracia, luchan contra esas tentaciones, reza al Padre: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que Yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno» (Jn 17,9.14-15)

No son del mundo porque siguen la palabra de Dios, que es la verdad, no dejándose arrastrar por las máximas del mundo, que son engaño y mentira. Son propiedad de Dios, teniéndolos el Padre confiados a Jesucristo, que, a su vez, se entrega al Padre por ellos, para consagrarlos en la verdad: «No son del mundo lo mismo que Yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. [...] Por ellos Yo me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad» (Jn 17,16-19)

Ser consagrado en la verdad y dedicarse enteramente a Dios y a las almas, por amor de Dios, es perseverar en el servicio y en el amor a Dios y al prójimo, es continuar andando por el camino trazado por Dios —en la verdad—, porque las máximas del mundo son ilusión y mentira. Es por eso que el mundo nos aborrece, persigue y calumnia.

Como el Demonio, e instigado por los demonios, el mundo nos rodea de envidia, celos y odio: «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia» (Jn 15,18-19)

Dejad que os repita en palabras mías lo que dice el mensaje: “Continuad rezando para conseguir la paz para alcanzar la victoria sobre las tentaciones y las persecuciones”.

Dentro de nosotros mismos existe otra fuente de tentaciones; para vencerlas, es preciso continuar rezando y luchando, porque sólo así conseguiremos perseverar en el buen camino. He aquí la recomendación que nos hace Jesucristo: “Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran! Huid de los falsos profetas que se presentan disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 13-16)

El Señor dice que son muchos los que siguen por el camino ancho que conduce a la perdición, y pocos son los que encuentran el camino estrecho que conduce a la vida. Redoblemos el cuidado de las propias tendencias a una libertad exagerada, que nos apartan de la autoridad de aquellos que representan a Dios cerca de nosotros, y, así, incautos e ingenuos, nos dejamos deslizar de precipicio en precipicio.

Queremos ser libres, pero no sabemos usar bien de esa libertad. Por eso, Dios colocó cerca de nosotros a quien pueda indicarnos el buen camino, que libremente podemos y debemos seguir. Pero nuestro orgullo nos engaña y no nos deja ver el bien que despreciamos y el mal que hacemos. En este caso, la tentación está dentro de nosotros; nos arma una trampa sin darnos cuenta: es la concupiscencia del corazón y de los sentidos, que nos hace desear lo que no nos conviene. Para reconocer y vencer estas tentaciones, es necesario, como nos dice el mensaje, continuar rezando, para que Dios nos dé luz, fuerza y gracia.

Jesús decía además: “Huid de los falsos profetas que se presentan disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos voraces”. Estos falsos profetas son todos aquellos que nos rodean, queriendo inducirnos a andar por caminos anchos, dando libertad a nuestras malas tendencias, caprichos, vicios y pasiones degradadas, que están en contradicción con la Ley de Dios. Son las malas compañías que nos desvían del camino recto de la verdad, de la justicia y de la caridad. Son falsos profetas todos aquellos que niegan las verdades reveladas por Dios, queriendo introducir doctrinas nuevas y erradas, en apoyo de los desórdenes de la propia vida que quieren llevar.

El Señor nos indica este criterio para identificarlos: “Por sus frutos los conoceréis: (...) todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos (...). Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis” (Mt 7, 16-20).

Estos avisos deben ponernos alerta sobre nosotros mismos y acerca de las máximas del mundo que nos rodea. Cuántas veces se oye decir: “hago así porque todos hacen así”, “visto así porque es la moda y todos andan así”, “vivo así porque es como toda la gente vive ahora”, etc. Por ventura, por ser muchos los que así viven ¿dejará alguien de condenarse? “Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego”. Dios dice que no quiere que se pierda el pecador, sino que se convierta y viva (Ez 18, 23). Notemos, entonces, la condición propuesta: que se conviertan.

“Continuad rezando, para alcanzar la paz”, que es el fruto de la victoria conseguida sobre todas las tentaciones que nos arrastran por los caminos opuestos a la Ley de Dios. Jesucristo es claro: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos” (Mt 7, 21).

Por eso, nos dice el mensaje “continuad rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra”.

¡Ave María!

( el libro: LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA de Sor Lucía)

 

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· LLAMADA AL APOSTOLADO

· LLAMADA A DEJAR DE OFENDER A DIOS