APARICIONES DE NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA
«¡No tengáis miedo! ¡No voy a haceros daño!». «¿De dónde es usted?». «Soy del cielo. ¿Queréis ofreceros a Dios para soportar los sufrimientos que Él os quiera enviar, en reparación por los pecados y súplica por la conversión de los pecadores?»
Esta conversación entre la Virgen y Lucía, una niña de 10 años que estaba con sus primos Francisco, de 8, y Jacinta, de 7, dio comienzo el 13 de mayo de 1917 a las apariciones en Fátima, Portugal.
Ya han transcurrido más de cien años desde que la Santísima Virgen se apareciera a los tres pastorcitos, para dejar los mensajes de conversión, oración, sacrifico y penitencia a ese mundo conmocionado por la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y por las ideologías ateas y materialistas decididas a sacar a Dios de la vida social, de la cultura, de la política y del corazón de las personas.
Ella, en Fátima, vino a advertir con todo el amor de una Madre, Madre de Dios y Madre nuestra, lo que podría llegar a azotar sobre la humanidad —las familias y las naciones— si no se corregía el camino que la historia contemporánea trazaba para el mundo enarbolando las banderas de la justicia social, el desarrollo y libertad sin Dios.
Nunca mejor que ahora, en que empezamos a constatar las consecuencias de sacar a Dios de nuestra vida y de la sociedad, cuando por todas partes se respira temor por el grado de degradación moral, crueldad y violencia que se han apropiado de las comunidades, es momento propicio —y urgente— para hacer un alto y revisar con sincera autocrítica qué hicimos o qué dejamos de hacer para que las cosas llegaran a donde están. Porque es un hecho innegable que, en las propias familias, la confusión ha anidado, lo que es el bien para unos es el mal para otros y viceversa.
Pues bien, el Mensaje dado por la Santísima Virgen en Fátima, nos invita dar una solución a estos conflictos mediante la conversión, la penitencia y la oración. Es la “solución infalible” a la situación actual.
Es una invitación y un plan de salvación, que inició el Ángel de la Paz en 1916, completado por Nuestra Señora un año después en 1917 y vivido en grado heroico por los tres pastorcitos.
La esencia del Mensaje de Fátima, está constituida por las maternales palabras de esperanza de la Madre de Dios y el medio que Ella pone a nuestro alcance para solucionar la crisis contemporánea:
“Recen el Rosario todos los días, para alcanzar la paz”.
El Mensaje es tan simple que casi nos sentimos tentados a exclamar: “¿Sólo eso? ¿La Virgen apareció, hizo prodigios extraordinarios únicamente para pedir que recemos?”
Sí, esa es la gran promesa. Porque si volvemos a tomar en nuestras manos las cuentas del Rosario y por las gracias recibidas de Dios se transforman los corazones a tal punto que en ellos viva Jesús, la guerra se alejará del mundo, la humanidad abandonará el pecado, la paz reinará en la tierra, en las familias y en las conciencias y se harán realidad las palabras de la Virgen: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Escuchemos de nuevo la llamada de la Virgen a la oración y el sacrificio, pues el mundo necesita corazones generosos dispuestos a reparar por aquellos que están en peligro de perder su camino hacia Dios.
Tal y como los pastorcitos fueron llamados a intervenir en la historia en favor de la paz a través de la adoración, de la devoción reparadora, de la conversión y del propio sacrificio, también hoy los cristianos estamos convocados a intervenir, conscientes de que el Inmaculado Corazón de María triunfará y será concedido al mundo un período de paz.
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