21 de agosto - San Pio X

Giuseppe Melchiorre Sarto nació el 2 de junio de 1835 en el seno de una familia pobre, humilde y numerosa en Riese, Italia. Desde pequeño se mostró muy afanoso para los estudios. Por entonces, y desde que ayudaba al párroco como monaguillo, el travieso "Beppi" ya les decía a sus padres con frecuencia: «quiero ser sacerdote». En 1850 ingresa al seminario de Padua, para ser ordenado sacerdote del Señor el 18 de septiembre de 1858.
Su primera labor pastoral la realizó en la parroquia de Tómbolo-Salzano, distinguiéndose —además de su gran caridad para con los necesitados— por sus ardorosas prédicas. Por ellas el padre Giuseppe atraía a muchas "ovejas descarriadas" hacia el rebaño del Señor. Sus oyentes percibían el especial ardor de su corazón cuando hablaba de la Eucaristía, o la delicadeza y ternura cuando hablaba de la Virgen Madre.

Desde el inicio de su sacerdocio Giuseppe da muestras de ser un verdadero hombre de Dios, con un fuerte deseo de hacer del Señor Jesús el centro de su propia vida y de la de aquellos que habían sido puestos bajo su cuidado pastoral.

Luego de trabajar en Treviso (1875 a 1884) como canciller y como director espiritual del seminario, el padre Sarto es ordenado Obispo. Como Obispo se distinguiría por la práctica de la caridad. En 1893, León XIII le concedió el capelo cardenalicio y lo trasladó a Venecia. En ningún momento cambió su modo de ser: sencillo, muy humilde, ejemplar en cuanto a la caridad. Al fallecer S.S. León XIII el 20 de julio de 1903, el Cardenal Giuseppe Sarto es elegido por el Espíritu Santo para guiar la barca de Pedro.

Su amor a la Madre del Señor. Santa María estaba muy presente en el corazón de este Santo Papa: le gustaba llevar entre manos el santo Rosario. Diariamente visitaba la gruta de Lourdes, en los jardines Vaticanos. Interrumpía cualquier conversación para invitar a sus interlocutores al rezo del Angelus.

Como preparación inmediata para el acontecimiento del 50 aniversario de la proclamación de la Inmaculada Concepción publicó su encíclica Ad diem illum: Por el misterio de la Encarnación, la Virgen María se convierte en Madre de todos los hombres, porque al dar vida a nuestra Cabeza, la entrega al mismo tiempo a todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Por tanto, en ese uno y mismo seno de su castísima Madre Cristo tomó carne y al mismo tiempo unió a esa carne su cuerpo espiritual compuesto efectivamente por todos aquellos que habían de creer en Él. De manera que cuando María tenía en su vientre al Salvador puede decirse que gestaba también a todos aquellos cuya vida estaba contenida en la vida del Salvador.

En cuanto a los lugares donde María es olvidada, el Papa San Pío X nos anuncia qué sucede: “Si perdiésemos a María, el mundo caería en una decadencia absoluta. La virtud desaparecería, especialmente la santa pureza y la virginidad, el amor conyugal y la fidelidad. Se secaría el río místico por el que fluye la gracia de Dios hasta nosotros. La estrella más brillante desaparecería del cielo, y la oscuridad ocuparía su lugar”.

 

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