21. Primera aparición del Ángel de la Paz: primavera de 1916
Al igual que la mayoría de los niños campesinos de su edad, aquellos tres pastorcitos no llevaban un registro de las fechas en términos de días y meses. Lucía hizo una estimación aproximada de las fechas de las tres apariciones del ángel.
La primera tuvo lugar en la primavera de 1916. Lucía, Francisco y Jacinta estaban juntos ese día, cuidando las ovejas de sus familias en el Cabeço, uno de sus lugares favoritos de pastoreo.
Había estado lloviendo más temprano en la mañana, pero en cierto momento el cielo se aclaró. Almorzaron, y luego rezaron juntos el Rosario.
Ansiosos por jugar, los niños a menudo rezaban lo más rápido posible con su propia versión abreviada del Rosario, diciendo en cada cuenta solo las dos primeras palabras del Avemaría o del Padrenuestro.
Después de sus rezos de ese día, cuando estaban comenzando a jugar, un fuerte viento sacudió las copas de los árboles. Lucía describe en sus memorias lo que vieron: “un hombre joven, de unos catorce o quince años, más blanco que la nieve, transparente como el cristal como cuando el sol brilla a través de él, y de gran belleza”.
Los niños quedaron atónitos, pero no se dijeron nada el uno al otro.
Entonces el ángel habló: “No tengan miedo. Yo soy el Ángel de la Paz. Recen conmigo”.
¡Qué hermoso saludo el del ángel! Sus palabras nos recuerdan las que han dicho los ángeles en otras ocasiones.
En la Anunciación, cuando el arcángel Gabriel saludó a nuestra Señora como la “llena de gracia”, ella se turbó profundamente. El ángel la tranquilizó: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios”.
Cuando un ángel del Señor se apareció a los pastores en la Nochebuena para anunciar el nacimiento de Jesús, los saludó diciendo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia. . .”. Ese ángel también habló de paz cuando se le unió un ejército celestial que decía: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra!”.
Esa paz solo podía venir de Dios por medio de su divino Hijo, el Príncipe de la Paz.
Y era esta misma paz la que un mundo sumido en la guerra total anhelaba desesperadamente recibir.
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