Del entrelazamiento de «esperanza» y «paciencia» surge la vida cristiana como «un camino», del que la peregrinación es un signo, «típico de quienes buscan el sentido de la vida».

Es un viaje que requiere tiempos fuertes para alimentarse y fortalecerse, a fin de vislumbrar la meta: «el encuentro con el Señor Jesús».

Este encuentro guía a los peregrinos que irán a Roma y a los que visitarán las iglesias jubilares para celebrar el Año Santo.

En la historia, muchas veces la gracia del perdón ha sido concedida a los fieles de un modo nuevo y especial: el «perdón» de Celestino V en 1294, y aún antes, en 1216, la gracia jubilar solicitada por san Francisco a Honorio III para la Porciúncula, así como la de 1122 por Calixto II para la peregrinación a Santiago de Compostela.

Inicialmente, el Jubileo se celebraba cada 100 años, reduciéndose posteriormente a 50 en 1343 por Clemente VI y a 25 en 1470 por Pablo II.

También ha habido Jubileos extraordinarios: en 1933, el convocado por Pío XI para el aniversario de la Redención y retomado en 1983 por Juan Pablo II; el de 2015 por Francisco, para «encontrar el “Rostro de la Misericordia” de Dios», en el 50 aniversario del Vaticano II.

Estos acontecimientos se plasmaron en la «peregrinación» a Roma para venerar las tumbas de los apóstoles en las basílicas de San Pedro y San Pablo.

En 1350 se añadieron también las basílicas de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros.

Más tarde, se añadió otro signo, el de la Puerta Santa, posiblemente instituido por Sixto IV o Alejandro VI. Esta «puerta de salvación» indica un encuentro vivo y personal con Cristo.


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