El lugar hacia el que converge el camino de los pastores y de los Magos es una gruta.

El Papa Juan Pablo II, en su audiencia general del 23 de diciembre de 1992, subrayó que esta sencilla cavidad natural es el punto de convergencia donde se cruzan el amor de Dios y el destino del hombre.

En la gruta de Belén el cielo y la tierra se tocan, el infinito entra en el mundo, y a la humanidad se le abren de par en par las puertas de la eterna herencia divina. Con la presencia del "Dios con nosotros", incluso la más oscura noche del dolor, de la angustia y del desconcierto queda superada y vencida para siempre. El Verbo encarnado, el Emmanuel, el "Dios con nosotros", es la esperanza de toda criatura frágil, el sentido de toda la historia, el destino de todo el género humano.

El Niño divino, adorado por los pastores en la gruta, es el don supremo del amor misericordioso del Padre celestial: para salir al encuentro de los hombres de todos los tiempos no desdeñó hacerse Él mismo semejante a nosotros, compartiendo hasta el fondo nuestra condición de criaturas, excepto el pecado.

 


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