PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo, 13 de octubre de 2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

El Evangelio de la liturgia de hoy (Mc10,17-30) nos habla de un hombre rico que corre al encuentro de Jesús y le pregunta: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?».

Jesús lo invita a dejar todo y a seguirlo, pero el hombre, entristecido, se va, porque -dice el texto- «era muy rico». Cuesta dejarlo todo.

Podemos ver aquí los dos movimientos de este hombre: al principio, corre para ir a ver a Jesús; al final, sin embargo, se va entristecido, se marcha triste.

Primero corre al encuentro y luego se va. Detengámonos en esto.

En primer lugar, este hombre va corriendo adonde está Jesús.

Es como si algo en su corazón le impulsara: en efecto, a pesar de tener tantas riquezas, se siente insatisfecho, lleva dentro una inquietud, va en busca de una vida plena. Como hacen a menudo los enfermos y los endemoniados (Mc 3,10; 5,6), en el Evangelio se ve, se postra a los pies del Maestro; es rico, y sin embargo necesita ser sanado. Es rico pero necesita ser sanado.

Jesús lo mira con amor; luego, le propone una “terapia”: vender todo lo que posee, darlo a los pobres y seguirlo. Pero, en este punto, llega una conclusión inesperada: ¡ese hombre pone cara triste y se va!

Tan grande e impetuoso ha sido su deseo de conocer a Jesús, como fría y rápida ha sido su despedida de Él.

También nosotros llevamos en el corazón una necesidad irreprimible de felicidad y de una vida llena de sentido; sin embargo, podemos caer en la ilusión de pensar que la respuesta se encuentra en poseer cosas materiales y en las seguridades terrenas.

Jesús, en cambio, quiere llevarnos a la verdad de nuestros deseos y hacer que descubramos que, en realidad, el bien que anhelamos es Dios mismo, su amor por nosotros y la vida eterna que Él y solo Él puede darnos.

La verdadera riqueza es ser mirados con amor por el Señor -esta es una gran riqueza-, y, como hace Jesús con aquel hombre, amarnos entre nosotros haciendo de nuestra vida un don para los demás.

Hermanos y hermanas, por eso, Jesús nos invita a arriesgar, a “arriesgarnos a amar”: vender todo para darlo a los pobres, que significa despojarnos de nosotros mismos y de nuestras falsas seguridades, prestando atención a quien está necesitado y compartiendo nuestros bienes, no solo las cosas, sino lo que somos: nuestros talentos, nuestra amistad, nuestro tiempo…

Hermanos y hermanas, aquel hombre rico no quiso arriesgarse, no quiso arriesgarse a amar y se fue con cara triste. ¿Y nosotros? Preguntémonos:

¿a qué está apegado nuestro corazón?

¿Cómo saciamos nuestra hambre de vida y de felicidad?

¿Sabemos compartir con quien es pobre, con quien está en dificultad o necesita un poco de escucha, necesita una sonrisa, una palabra que le ayude a recuperar la esperanza? O necesita que lo escuchen…

Recordemos esto: la verdadera riqueza no son los bienes de este mundo, la verdadera riqueza es ser amados por Dios y aprender a amar como Él.

Y ahora pidamos la intercesión de la Virgen María, para que nos ayude a descubrir en Jesús el tesoro de la vida.

El próximo viernes, 18 de octubre, la Fundación “Ayuda a la Iglesia necesitada” promueve la iniciativa «Un millón de niños rezan el Rosario por la paz en el mundo». ¡Gracias a todos los niños y niñas que participan!

Nos unimos a ellos y confiamos a la intercesión de la Virgen -hoy es el aniversario de su última aparición en Fátima- la atormentada Ucrania, Myanmar, Sudán y los demás pueblos que padecen la guerra y cualquier forma de violencia y de miseria.

Les deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!

https://www.vatican.va/content/francesco/es/angelus/2024/documents/20241013-angelus.html


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