PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Domingo, 30 de mayo de 2021
Plaza de San Pedro
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En esta fiesta en la que celebramos a Dios: el misterio de un único Dios y este Dios es el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.
¡Tres personas, pero Dios es uno!
El Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu es Dios. Pero no son tres dioses: es un solo Dios en tres Personas.
Es un misterio que nos ha revelado Jesucristo: la Santa Trinidad.
Hoy nos detenemos a celebrar este misterio, porque las Personas no son adjetivaciones de Dios: no. Son Personas, reales, distintas, diferentes; no son -como decía aquel filósofo- «emanaciones de Dios»: ¡no, no! Son Personas.
Está el Padre, al que rezo con el Padre Nuestro; está el Hijo que me ha dado la redención, la justificación; está el Espíritu Santo que habita en nosotros y habita en la Iglesia.
Y esto nos habla al corazón, porque lo encontramos encerrado en esa frase de San Juan que resume toda la revelación: «Dios es amor».
El Padre es amor, el Hijo es amor, el Espíritu Santo es amor. Y en cuanto es amor, Dios, aunque es uno y único, no es soledad sino comunión, entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Porque el amor es esencialmente don de sí mismo, y en su realidad originaria e infinita es Padre que se da generando al Hijo, que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo, vínculo de su unidad.
No es fácil entenderlo, pero se puede vivir este misterio; todos nosotros; se puede vivir tanto.
Este misterio de la Trinidad nos fue desvelado por el mismo Jesús. Él nos hizo conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a Sí mismo, verdadero hombre, como Hijo de Dios y Verbo del Padre, Salvador que da su vida por nosotros y habló del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, Espíritu de la Verdad, Espíritu Paráclito- el domingo pasado hablamos de esta palabra “paráclito”- es decir, Consolador y Abogado.
Y cuando Jesús se apareció a los apóstoles después de la Resurrección, Jesús los mandó a evangelizar «a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).
La fiesta de hoy, pues, nos hace contemplar este maravilloso misterio de amor y luz del que procedemos y hacia el cual se orienta nuestro camino terrenal.
En el anuncio del Evangelio y en toda forma de la misión cristiana, no se puede prescindir de esta unidad a la que llama Jesús, entre nosotros, siguiendo la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: no se puede prescindir de esta unidad ; la belleza del Evangelio requiere ser vivida -la unidad-y testimoniada en la concordia entre nosotros, que somos tan diferentes.
Y esta unidad me atrevo a decir que es esencial para el cristiano: no es una actitud, una forma de decir: no, es esencial, porque es la unidad que nace del amor, de la misericordia de Dios, de la justificación de Jesucristo y de la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones.
María Santísima, en su sencillez y humildad, refleja la Belleza de Dios Uno y Trino, porque recibió plenamente a Jesús en su vida. Que ella sostenga nuestra fe; que nos haga adoradores de Dios y servidores de nuestros hermanos.
Os deseo a todos un buen domingo.
Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y ¡hasta pronto!
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