SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

• Jesús llama a todos a ser apóstoles.
• Dios cuenta con nuestras fortalezas y con nuestras flaquezas.
• Encontrar fuerza en Cristo Resucitado.

LA PRIMERA aparición del Resucitado fue a María Magdalena; después a los discípulos de Emaús y, finalmente, a los once apóstoles.

En todas aquellas apariciones, Jesús deseaba devolverles la PAZ, remover su FE y avivar la MISIÓN apostólica a la que estaban llamados.

Es verdad que, cuando el Maestro más les necesitaba, sus discípulos se habían dejado llevar por la cobardía.

A pesar de todo, Jesús no dudó en confirmarlos en su vocación: habían sido elegidos para ser sus testigos.

El don de estar llamados a la misión apostólica recae sobre ellos, aunque no sean especialmente fuertes ni destaquen por una especial preparación.

Los apóstoles, con sus dones y con sus defectos, serán «pescadores de hombres» enviados a todos los mares de la tierra. De esa manera todos se darán cuenta de que la salvación es obra de Dios.

Cada hombre y mujer es una misión. Cada uno de nosotros está llamado a reflexionar sobre esta realidad: “Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo”.

SAN PABLO comprendió bien lo que significa ser apóstol de Jesús: «Con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte».

La propia debilidad puede ser una fuerza para el discípulo, pues cuando nos encontramos desprovistos de recursos propios, descubrimos que poseemos el mayor don, que siempre permanece: Dios que se nos da por entero.

El Señor nos asocia a su reinado, pues quiere contar con nosotros para extenderlo: esto es asombroso!

«ID AL MUNDO entero y predicad el Evangelio». Este es el mandato imperativo del Maestro.

¿Cómo se sentirían los apóstoles al escuchar aquellas palabras de Jesús? ¿Vamos nosotros a llegar a todo el mundo cuando ni siquiera supimos dar la cara frente a los de nuestra ciudad?

Mirando solamente hacia sí mismos era fácil convencerse de que aquella misión era una utopía.

Pero mirando al Resucitado todo cambiaba: se fijaron en las palmas de sus manos, en su costado, en su mirada; si Jesús quería que recorrieran el mundo entero, ellos lo harían en su nombre.

Para aquella misión, es necesario este itinerario: «Conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios».
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Esta misión, que atañe a todos los bautizados, se realiza en primer lugar dejándonos atraer por él: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído».

La fe crece mediante el testimonio personal y se fortalece en la misión.

De esta manera, estamos seguros de que dar a conocer a Jesús es el regalo más precioso que podemos entregar.

Fatimazo por la Paz.

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