La necesidad de rezar brota en el peregrino del deseo de abrirse a la presencia de Dios y al ofrecimiento de su amor.

La comunidad cristiana se siente llamada a orar desde la certeza de que puede dirigirse al Padre porque el Hijo le ha otorgado el Espíritu.

Los momentos de oración vividos durante el viaje muestran que el peregrino posee los caminos de Dios «en su corazón».

Este alimento espiritual necesita los avituallamientos propios de paradas para retomar fuerzas en torno a ermitas, santuarios u otros lugares particularmente ricos a ojos del simbolismo religioso.

Rezar tocando estas piedras milenarias nos hace caer en la cuenta de los peregrinos de los tiempos que han labrado su conversión sobre ellas. De hecho, los caminos que llevan a Roma coinciden no pocas veces con el trayecto de muchos santos.


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