LA NAVIDAD y FÁTIMA - reflexiones (3/6)

2º En Navidad esta salvación nos viene por María.

Una de las cosas que más brilla en la Navidad es la voluntad divina de darnos la salvación, esto es, la persona del Salvador, por medio de María.

Dios ha querido darnos al Salvador, y por El la salvación tan esperada, a través de la Santísima Virgen, que por ello es el principal personaje del Adviento y central en el misterio de la Navidad.

De ella quiere nacer el Salvador, a ella acuden los pastores para encontrar al Niño Dios, en sus brazos está Jesús cuando Simeón acude al templo, para tener la alegría de conocer al Salvador que Dios ha enviado a Israel, en su regazo sigue todavía cuando se presentan en Belén unos magos venidos desde lejos para adorar al Rey de los judíos recién nacido.

Esta presencia de María junto a Jesús, esa voluntad expresa de Jesús de no darse sino por María, es una de las claves del modo de obrar de Dios en todo el ámbito de la redención.

Habiendo quedado perdida la humanidad por culpa de un hombre y de una mujer, por medio de otro Hombre y de otra Mujer debía quedar regenerada y justificada.

¡Qué admirables son los planes de Dios, y con qué condescendencia maravillosa se adapta a nosotros, pobres pecadores!

Ahora bien, ¿cómo no ver en la gran revelación de Fátima, en la esplendorosa manifestación del Corazón Inmaculado de María como último remedio para salvar a los pobres pecadores y a la propia cristiandad, una prolongación de esta conducta de Dios?

Igual que en Belén, Dios sigue empeñándose en no darnos sus grandes dones sino por María.

Ese parece ser el resumen de Fátima

«Dios quiere que la Santísima Virgen sea más conocida, más amada y más servida que nunca», decía San Luis María Grignion de Montfort.

«Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado», dice Nuestra Señora de Fátima.

Vemos cómo hay una correspondencia perfecta entre el anuncio del gran apóstol de María y el mensaje de Fátima, y también una perfecta correspondencia con el plan de Dios tal como lo dejó trazado en la Encarnación del Hijo de Dios.


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