“¡Familia, sé lo que eres!” – exclamaba con frecuencia y fuerza el papa Juan Pablo II. Este grito reflejado en “Familiaris Consortio”, hace de la exhortación una invitación a redescubrir la familia y a encontrar, nuevamente, su verdad.
¿Cuál es su verdad?
Que la familia es “una iglesia doméstica” llamada a acoger la Buena Noticia de la salvación, a vivirla y a transmitirla a los demás; es una comunión de personas cuya fuerza y meta es el amor: “así como sin el amor la familia no es una comunidad de personas, así también sin el amor la familia no puede vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas” (FC, 18).
Sirviendo a la vida, formando a los ciudadanos del futuro y transmitiendo valores humanos y cristianos, la familia participa activamente en el desarrollo de la sociedad.
Una visión renovada de la sexualidad, en el marco de la comunión de los cónyuges: no se separa el amor del compromiso, recordando así que la unión conyugal es una expresión de la donación total de los esposos.
La familia, así, de manera natural, se pone al servicio de la vida.
Por esta misma razón, como decía el Vaticano II, la familia constituye “la célula primera y vital de la sociedad” (Concilio Vaticano II, “Apostolicam actuositatem”, 11).
Después de la publicación de la Familiaris Consortio se ha acentuado en la Iglesia el interés por la familia y son innumerables las diócesis y parroquias en las que la Pastoral Familiar ha llegado a ser un objetivo prioritario.
Dicho interés, hizo que la acción pastoral de la Iglesia se ampliara, acercándose también a las familias “en situaciones difíciles o irregulares”.
Años después de la publicación de “Familiaris Consortio”, podemos darnos cuenta de todo el bien que ha hecho a la Iglesia y a la sociedad en general.
La familia consciente de ser un bien para la humanidad, está llamada a ser corazón de la civilización del amor.
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