Madre Castísima
Cuando hablamos de castidad solemos pensar solamente en el aspecto físico, así al llamar a María Madre Castísima, pudiéramos caer en el error de limitarnos a pensar en ella sólo como “virgen antes, durante y después del parto»; sin embargo, el título “Madre Castísima” se refiere al brillo de la virginidad en cuanto al alma, esto es a la perfecta pureza de pensamientos y afectos. María conservó durante toda su vida esta pura castidad del alma.
Después de la caída de Adán, habiéndose rebelado los sentidos contra la razón, la virtud de la castidad es para los hombres muy difícil de practicar. Entre todas las luchas, dice San Agustín, las más duras son las batallas de la castidad, en la que la lucha es diaria y rara la victoria. Pero sea siempre alabado el Señor que nos ha dado en María un excelente ejemplar de esta virtud.
La hermosura de la Virgen, dice Santo Tomás, animaba a la castidad a quienes la contemplaban. San José, afirma San Jerónimo, se mantuvo virgen por ser el esposo de María. Dice San Ambrosio: El que guarda la castidad es un ángel, el que la pierde es un demonio. Los que son castos se hacen ángeles.
Es rara la victoria sobre este vicio, como ya vimos al principio, según dijo San Agustín; esto es porque no se ponen los medios para vencer. Tres son esos medios, como dicen los maestros espirituales con San Bernardino: el ayuno, la fuga de las ocasiones y la oración.
Por ayuno se entiende la mortificación, sobre todo de los ojos y de la gula. María Santísima, aunque llena de gracias, tenía que ser mortificada en las miradas sin fijar los ojos en nadie, de modo que era la admiración de todos desde su tierna infancia. Toda su vida fue mortificada en el comer. Afirma San Buenaventura que no hubiera acumulado tanta gracia si no hubiera sido mortificada en los alimentos, pues no se compaginan la gracia y la gula. En suma, María fue mortificada en todo.
El segundo medio es la fuga de las ocasiones. El que evita los lazos andará seguro. Decía por esto San Felipe Neri: En la guerra de los sentidos vencen los cobardes, es decir, los que huyen de la ocasión.
El tercer medio es la oración: «Pero comprendiendo que no podía poseer la sabiduría si Dios no me la daba…, recurrí al Señor. Y le pedí» (Sb 8,21). Reveló la Santísima Virgen a Santa Isabel, benedictina, que no tuvo ninguna virtud sin esfuerzo y oración.
Dice San Juan Damasceno que María es pura y amante de la pureza. Por eso no puede soportar a los impuros. El que a ella recurre, ciertamente se verá libre de este vicio con sólo nombrarla lleno de confianza. Decía San Juan de Ávila que muchos tentados contra la castidad, con sólo recordar con amor a María Inmaculada, han vencido.
Pidamos a nuestra Madre la gracia de «ocupar» nuestros pensamientos con deseos santos. Ella, que es ejemplo de pureza, será nuestra mejor guía para conservar nuestra propia pureza. En un mundo que nos incita constantemente a dejarnos llevar por sus seducciones, será necesario ocupar nuestras mentes y nuestros corazones con pensamientos y deseos puros. Para lograrlo es importante que cuidemos todo lo que nos llega a traves de nuestros sentidos. Lo que vemos, lo que escuchamos, lo que hablamos. Una buena idea es que antes de tomar una decisión nos preguntemos qué haría Nuestra Madre en nuestro lugar: ¿vería tal espectáculo?, ¿escucharía tal tipo de canciones?, ¿hablaría de tal o cual manera? Comportémonos con recato a ejemplo de María, cuidando nuestra forma de vestir, de hablar, de pensar, de actuar, y por supuesto, cuidemos también la pureza de nuestras intenciones.
http://es.catholic.net/op/articulos/60940/cat/1050/historia-y-explicacion-de-la-letania-lauretana.html
http://www.santorosario.net/espanol/virtudes6.htm
Equipo Fatimazo por la Paz
No. 7 de la Serie Letanías Lauretanas
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