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Día 6
San Tarcisio

Felicitaciones! Ya hemos llegado a la mitad del camino. La consagración a la Virgen está muy cerca.

No debemos desanimarnos. Al contrario, debemos seguir adelante y perseverar en nuestra preparación. Nunca tenemos que dejarnos vencer por la pereza o el olvido. Los buenos hijos de María siempre se acuerdan de ella, de rezarle todos los días y de quererla mucho. Por eso hay que perseverar y ser muy valientes. Tan valientes como san Tarcisio. ¿Sabes quién es san Tarcisio? Hoy contaremos su historia.

Hace mucho, mucho tiempo, vivía en la famosa y muy hermosa ciudad de Roma, un niño llamado Tarcisio. Él era monaguillo y le gustaba muchísimo ayudar en la Misa. Pero había un problema muy grande: ir a Misa estaba prohibido por la ley. Si te descubrían yendo a Misa, te llevaban a la cárcel.

Los cristianos, entonces, se escondían en las catacumbas, que eran túneles debajo de la tierra, para poder celebrar la Misa.

Tarcisio siempre iba a Misa y se escondía muy bien. Nadie se daba cuenta de que estaba yendo a Misa. Otros muchos cristianos no podían ir a Misa porque estaban en la cárcel, justamente por ser cristianos. De aquí que siempre alguien les llevaba la comunión en secreto.

Un día, luego de terminar la Misa, el padre preguntó quién se animaba a llevar la comunión a los cristianos presos.

Tarcisio levantó la mano en seguida, y gritó: “Yo se la llevaré”.

Viendo el sacerdote cuánto coraje tenía Tarcisio, no dudó en encomendarle tan importante tarea. Salió Tarcisio al anochecer con la Eucaristía en su pecho. Sus manos la protegían fuertemente, porque él sabía muy bien que allí estaba Jesús. Pero, de repente, aparecieron unos hombres malos, que no creían en Jesús, y le empezaron a gritar: “Tarcisio, Tarcisio… ¿qué llevas ahí? ”. Tarcisio no se detuvo y siguió adelante. Pero mientras más se apresuraba, más los malos lo perseguían, hasta que lo apresaron.

Trataban de abrirle las manos, para ver qué llevaba consigo. Pero Tarcisio era muy fuerte y no se dejaba mover las manos. Forcejeaban mucho, pero él se resistía. Hasta que se cansaron y lo mataron. Y aún estando muerto, nadie pudo abrirle las manos. Sólo el sacerdote, una vez que le llevaron el cuerpo de Tarcisio, pudo abrirle las manos y recuperar la Eucaristía.

San Tarcisio es un gran ejemplo para todos, porque prefirió morir antes que dejar que maltraten a la Eucaristía.

Él no tenía miedo de lo que los demás dijeran. Él quería hacer todo por Jesús, para agradar sólo a Él.

Como tarea, te prepararás para la próxima Comunión con mucho fervor, y cuando recibas a Jesús le dirás que quieres cuidar de Él y defenderlo siempre tal como lo hizo san Tarcisio. También harás un dibujo de san Tarcisio, llevando la Eucaristía, pero primero, reza la oración, y dile a la Virgen muchas veces: soy todo tuyo.

O h Señora mía! ¡Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti y en prueba de mi filial afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén.

San Luis María, ruega por nosotros.

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