Septiembre, mes que en la Iglesia dedicamos a la Biblia – Día 13
En la Biblia no debemos atenernos siempre estrictamente a la letra de lo que está escrito.
Es indispensable comenzar por conocer cuál es el estilo o el género literario empleado en cada uno de sus Libros o en las diversas partes de ellos para transmitirnos la Palabra de Dios.
A algunos esto los puede desconcertar o confundir un poco, pero sólo así se puede descubrir el verdadero alcance de esa Palabra.
Todos sabemos que un mismo hecho se narra de diferentes maneras, dentro de un círculo de amigos o frente a un tribunal.
También sabemos que aún dentro del estilo epistolar, no es lo mismo una carta familiar que otra de carácter comercial.
Lo mismo sucede en la Biblia. ¿Por qué vamos a entender literalmente el relato de la creación del mundo como si se tratara de un informe científico?
¿Y por qué nos vamos a extrañar de que a veces tal o cual acontecimiento se relate de maneras aparentemente contradictorias en uno u otro pasaje bíblico?
En este último caso, podemos preguntarnos cuál de esos relatos es el «exacto». En realidad lo son todos y no lo es ninguno del todo. Sin embargo, todos son «verdaderos». Cada uno, en efecto, pone de relieve un aspecto de la verdad. ¿Acaso la verdad en sí misma no suele ser compleja y casi imposible de abarcar desde un solo ángulo? Como a las montañas, no se la puede conocer desde una sola ladera.
De este modo, podremos manejarnos correctamente en el «mundo» de la Biblia. Podremos conocerla y, sobre todo amarla verdaderamente. En efecto, el deseo de la Iglesia y el objeto de toda iniciación bíblica es que se logre «aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura, atestiguando por la venerable tradición de los ritos litúrgicos, tanto orientales como occidentales». Así afirma el Concilio Vaticano II en su Constitución sobre la Liturgia, 24.
Sí, debemos «amar» la Biblia, como se ama la voz de una persona muy querida. Pero ya sabemos que para llegar a amar de veras a alguien es necesario aceptarlo con sus virtudes y sus defectos, con sus valores y sus limitaciones.
También para amar la Biblia hay que comenzar por no idealizarla, queriendo que sea como nosotros desearíamos que fuera: es preciso aceptarla «tal cual es». Y cuanto más la «amemos», más y mejor la «entenderemos».
«La verdad se propone y expresa en la Sagrada Escritura de diversas y variadas maneras, según se trate de textos históricos -con diferentes grados de historicidad- proféticos o poéticos, o de otras formas de hablar. De ahí que la Escritura deba leerse e interpretarse con el mismo espíritu con que se escribió». (Constitución sobre la Revelación divina, 12)
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