DICIEMBRE MES DE LA INMACULADA – DIA 1

HONRAR LA PREDESTINACIÓN DE MARÍA
La encarnación del Verbo fue el medio inefable que escogió la Bondad divina para reparar la catástrofe del primer pecado. Pero para llevar a efecto esta obra, más grande que la creación de todos los mundos visibles, necesitaba del concurso de una mujer en cuyo seno tomase carne el Verbo humanado.
Pero ¿dónde encontrar una mujer bastante digna de dar su carne y su sangre al Hijo del Altísimo?
Dios pasea su mirada por toda la extensión de la tierra; hace desfilar en su presencia a todas las generaciones; ve pasar delante de sus ojos a poderosas reinas ceñidas de riquísimas diademas, a heroínas aclamadas por los pueblos, a millares de vírgenes y mártires agitando palmas inmortales, pero en ninguna de ellas fija su mirada, porque todas aparecen pequeñas a sus ojos.
Era necesario predestinar una mujer que, ataviada con todas las perfecciones de la naturaleza y de la gracia fuera digno tabernáculo del Redentor del mundo. Y desde el instante en que en los altísimos consejos de la sabiduría increada se dispuso la redención, Dios fijó sus miradas en María y comenzó a preparar su advenimiento para que fuera anillo de oro que uniera al Verbo eterno con la naturaleza humana. Y desde entonces dejó caer sobre ella, a manera de copiosa Lluvia, todos los dones de la gracia.
Porque Dios, que es soberanamente inteligente, proporciona siempre los medios al fin a que destina a sus criaturas, concediéndoles una dotación de gracias proporcional a la excelencia y magnitud del fin. María habitaba en la mente divina desde la eternidad con el carácter de Madre de Dios. Aun no existían los abismos, dice la Escritura, y María había sido ya concebida; no habían brotado aún las fuentes de las aguas, ni se habían sentado los montes en su base de granito, y ella había sido dada a luz en los decretos eternos.
Cuando nuestros primeros padres buscaban temblorosos las sombras del paraíso para sus traerse a la vista de Dios irritado, el anuncio del advenimiento de María fue el primer rayo de esperanza que iluminó su frente. Desde entonces el espíritu profético siguió anunciando su venida de generación en generación, y de ella puede decirse lo que se ha dicho de Jesucristo: «que al nacer, encontró cuarenta siglos arrodillados en su presencia.»
Desde entonces preparó Dios el camino que había de tener por término el nacimiento de la corredentora del linaje humano. El cetro y la corona, la espada y la citara, la poesía, la ciencia y, más que todo, la santidad brillan entre sus ascendientes y disponen los preciosos jugos que debían alimentar esa planta cuyo fruto había de ser el Hombre-Dios. Dios la eligió desde el principio, y al elegirla por Madre del Verbo encarnado, la adornó con todos los tesoros de la perfección humana y de la munificencia divina.
Toda criatura es predestinada por Dios a un doble fin: a un fin general, que es su gloria, y a un fin particular que consiste en el cumplimiento de la misión especial que se sirve encomendarle.
Nuestra salvación depende de lleno de ese doble fin. Dios nos ha criado para él; él es nuestro principio y es también nuestro fin. Por lo tanto, todo lo que de nosotros depende debe referirse a Dios; él es dueño de nuestra existencia y debe serlo también de nuestras acciones, palabras y pensamientos, como el que planta un huerto es dueño de todos sus frutos.
Agradar a Dios debe ser, por consiguiente, el fin primario de todas nuestras obras y la norma invariable de nuestra conducta. Y quien así no lo hiciere, quien al obrar se buscase a sí mismo o a las criaturas, usurparía sacrílegamente lo que sólo a Dios pertenece, se separaría de su fin y tomaría un camino de perdición.
Busquemos en todo a Dios, como lo buscó María, que le consagró desde su nacimiento sus pensamientos, sus afectos, sus palabras y las obras todas de sus manos. Cumplamos religiosamente todos los deberes de nuestro estado, contando para ello con una dotación de gracias proporcional a la excelencia de nuestra misión. Y en la perfección de esas obras encontramos nuestra santificación.
JACULATORIA
Madre de Dios, Madre mía,
Sed mi refugio en la muerte
Y mí esperanza en la vida.
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Las reflexiones de este mes estan tomadas del libro:
MES DE MARÍA INMACULADA POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
CON APROBACIÓN DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA
IMPRIMATUR
Barcelona 25 de enero de 1906
El Vicario General. Provisor
JOSÉ PALMAROLA
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