DICIEMBRE MES DE LA INMACULADA – DIA 15

HONRAR EL CUARTO DOLOR DE MARÍA
Había llegado la hora fatal, anunciada por el anciano Simeón, en que el corazón de María seria despedazado por una espada de dos filos. Jesús había caído en poder de sus enemigos, quienes espiaban desde largo tiempo el momento oportuno para hacerlo la víctima sangrienta de sus venganzas. Arrastrado de tribunal en tribunal, como un homicida o incendiario sorprendido en el acto de perpetrar su crimen, fue en todas partes el blanco de las injurias, de los baldones y de los más crueles e inhumanos tratamientos.
Descargaron sobre sus espaldas una lluvia de rudos azotes, ciñeron su cabeza con una corona de punzadoras espinas y cargaron sobre sus hombros chorreantes de sangre una pesada cruz, instrumento de su cercano suplicio. Así, cargado con aquel enorme peso, lo obligaron a recorrer el largo y áspero sendero que mediaba entre el Pretorio y el Calvario, apresurando a fuerza de golpes su marcha lenta y fatigosa.
De esa manera se arrastraba penosamente aquella figura de hombre, dejando marcadas sus huellas con un reguero de sangre, mientras que a lo largo del camino se agrupaban multitud de espectadores, que demostraban en sus rostros o la satisfacción del odio, o una estéril compasión.
Una mujer llorosa, sumergida en un dolor inexplicable, penetró por medio de la multitud para salir al encuentro del divino ajusticiado; y desafiando las iras de los verdugos, se acerca a él y clava en su rostro ensangrentado los ojos anegados en lágrimas. Es María que va en busca de su Hijo. En la víspera de ese día funesto, lo había dejado sano y lleno de vida; pero apenas habían transcurrido unas cuantas horas lo ve convertido todo en una pura llaga.
¡Cuál sería su dolor y su sorpresa! Jesús levanta sus ojos para verla, su mirada se encuentra con la de su madre, y aunque sus labios nada hablan, sus ojos y su corazón la dicen:
«¡Oh madre desolada! ¿cómo habéis venido hasta aquí sin temer las iras de mis verdugos? Apartaos, que vuestra vista redobla mis tormentos; dejadme morir en paz por la salvación de los pecadores y pagar con exceso de amor el exceso de su ingratitud.»
Y María con sus ojos, mas bien que no con sus labios, le diría:
«¡Oh hijo muy amado! ¿Quién os ha reducido a tal extremo de sufrimiento y de dolor? ¿Qué habéis hecho ¡oh inocentísimo cordero! para ser tratado de este modo? Porque resucitabais los muertos, ¿os conducen al suplicio? porque sanabais a los enfermos, ¿os han azotado cruelmente? porque dabais vista a los ciegos, oído a los sordos, movimiento a los paralíticos, ¿os han coronado de espinas, y cargado con esa cruz? ¡Ah! permitidme padecer con Vos y morir con Vos en ese madero. Yo no quiero vivir ya; la vida sin Vos me es aborrecible y la muerte seria mi único consuelo… »
El dolor de María no sólo es grande por su intensidad, sino sublime por el heroísmo con que sabe soportarlo. Ella, lejos de rehusar el sufrimiento, le sale al encuentro y con paso resuelto va a buscarlo a su misma fuente. María pudo evitar, huyendo a la soledad, la vista de ese espectáculo sangriento. Pero no, ella vuela en alas del amor que todo lo vence y que todo lo soporta; se abraza con la cruz, y olvidándose de si misma para no pensar más que en el amado de su corazón, desafía los peligros para ir a ofrecer algún alivio a su hijo perseguido.
¡Ah, cuánto acusa este heroísmo nuestra cobardía, no ya para buscar, sino para aceptar el sufrimiento y el sacrificio! Muy distantes de amar la cruz, la rechazamos con repugnancia, y si la aceptamos, es porque no esta en nuestra mano rechazarla. Y sin embargo la cruz es la llave del cielo y cargados con ella hemos de atravesar el camino de la vida, si queremos recibir recompensas inmortales.
Y ¡qué tesoro de paz se oculta en el sufrimiento voluntariamente aceptado! No hay dulzura comparable con la que saborea el alma amante de Jesús, cuando carga sus hombros con la cruz que él arrastró a lo largo del camino del Calvario. Gozar cuando el amado sufre, no es gozo, es amargura; sufrir cuando el amado padece, es dulcísimo gozo. Unamos nuestros pesares, trabajos y desgracias a los de María y hallaremos fuerza, aliento, Valor y hasta alegría en medio de las espinas de que esta sembrado el camino de la vida.
JACULATORIA
Yo quiero también, María,
llevar la cruz en mis hombros
y ayudarte en tu agonía.
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Las reflexiones de este mes estan tomadas del libro:
MES DE MARÍA INMACULADA POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
CON APROBACIÓN DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA
IMPRIMATUR
Barcelona 25 de enero de 1906
El Vicario General. Provisor
JOSÉ PALMAROLA
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