DICIEMBRE MES DE LA INMACULADA – DIA 4

HONRAR EL SANTO NOMBRE DE MARÍA
Objeto de grande interés es ordinariamente para los padres el nombre que han de poner al hijo recién nacido, porque parece que el nombre guardará íntima relación con el destino del hombre, siendo una especie de presagio de lo que ha de ser más tarde.
Pero Joaquín y Ana no tuvieron que inquietarse en buscar un nombre adecuado a la hermosa niña que acababan de dar a luz en la tarde avanzada de su vida. Ese nombre bajó del cielo y le fue comunicado por el ministerio de un ángel: era el de María.
Algunos días después de su nacimiento, la hija de Ana recibió ese nombre que tan dulce había de ser para los oídos de los que la aman, que es miel para los labios, esperanza para los tímidos, consuelo para los tristes y júbilo para el corazón cristiano.
Muchos siglos ha que los peregrinos de la tierra lo pronuncian de rodillas y con sentimiento de profunda veneración, en homenaje de respetuoso acatamiento hacia la persona que lo lleva.
Millones de almas lo repiten con filial amor y lo llevan esculpido en lo más secreto del corazón. Manan de él raudales de dulzura y lleva en si mismo el sello de su origen celestial, comunicando a los que lo pronuncian con amor una virtud celestial, que hace brotar santos afectos y pensamientos purísimos en el alma.
Por eso, ese nombre está grabado con caracteres de oro en cada una de las páginas de la historia del mundo, en los anales de todos los pueblos cristianos y en todos los monumentos de la piedad de los fieles.
Todos los que lloran y padecen encuentran al repetirlo alivio y descanso en sus tribulaciones. Por eso el náufrago lo pronuncia en medio de la tempestad, el caminante al borde de los precipicios, el enfermo en medio de sus dolencias, el moribundo en el estertor de su agonía, el guerrero en lo reñido del combate, el menesteroso en las horas de su angustiosa miseria, el sacerdote en medio de las difíciles tareas de su ministerio, el alma atribulada cuando la tentación arrecia, el desgraciado cuando el infortunio lo hiere, y el pecador arrepentido al implorar la divina clemencia.
Ese nombre se oye también pronunciar en los momentos más solemnes de la vida; porque todos saben que el nombre de María no sólo es consuelo en los grandes dolores de la vida y escudo de protección en todos los peligros, sino también preciosa garantía que asegura un éxito favorable en todas las empresas.
No es extraño entonces que los Santos hayan profesado tan ardiente devoción por el nombre de María. Cuando San Hermán lo pronunciaba postrábase de rodillas y permanecía allí por largo tiempo. Un amigo suyo que lo notó, preguntóle que hacia en aquella postura, a lo que él contestó:
Estoy cogiendo dulces frutos del nombre de María, pues me parece que todas las flores de la tierra y los aromas más delicados se han reunido en él para deleite mío: yo siento que una virtud desconocida se exhala de ese augusto nombre cuando lo pronuncio, bañándome en celestiales delicias y consuelos, y quisiera permanecer siempre de rodillas para seguir gustando tan exquisita suavidad.
Si tales son los efectos de ese nombre bendito, necios seremos si no lo repetimos con frecuencia, sino buscamos en él nuestro descanso, nuestro consuelo, nuestra fuerza. Hay días malos en la vida en que nuestro corazón no siente atractivo alguno por el bien y en que está como embargado por el hielo de la indiferencia; entonces alcemos al cielo nuestros ojos y digamos: ¡María!..
Hay horas en que fatigados de nuestra penosa marcha, nos sentimos desfallecer, sin tener ánimo y valor para el combate; entonces volvamos nuestras miradas a la que es fuerte como un ejército ordenado en batalla, y repitamos: ¡María!..
Hay momentos en que la desgracia parece anegarnos en sus aguas amargas y en que la desesperación nos hace perder toda esperanza; entonces dirigiendo nuestras plegarias a la Consoladora de los afligidos, digamos: ¡María!..
Hay sobre todo un instante supremo: aquel en que daremos un adiós eterno a cuanto hemos amado en la vida, instante de dolorosa ansiedad, de tristes desengaños, de eterna separación, instante en que se decidirá nuestra eterna suerte; entonces volvamos nuestros ojos al cielo y repitamos: ¡María!…
Que el nombre de María sea en todas las circunstancias de nuestra vida la expresión de nuestros sentimientos: en los momentos de gozo sea nuestro cántico de reconocimiento: en el combate, nuestro signo de victoria; en la desolación, nuestro grito de socorro; y en la hora de la muerte, nuestra corona y nuestra recompensa.
JACULATORIA
Concédeme ¡dulce Madre!
Que en la vida y en la muerte
Lleve tu nombre en mis labios.
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Las reflexiones de este mes estan tomadas del libro:
MES DE MARÍA INMACULADA POR EL PRESBÍTERO
RODOLFO VERGARA ANTÚNEZ
CON APROBACIÓN DE LA AUTORIDAD ECLESIÁSTICA
IMPRIMATUR
Barcelona 25 de enero de 1906
El Vicario General. Provisor
JOSÉ PALMAROLA
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