Semana del Cristiano con san Francisco de Sales. VIERNES. Dedicado a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Sermón de San Francisco de Sales. Viernes Santo, 25 de marzo de 1622.

Para hablar de la Pasión, mediante la cual fuimos rescatados todos, tomaré como tema las palabras del título que Pilatos hizo escribir sobre la Cruz: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos».

Jesús quiere decir Salvador, así que ha muerto porque es salvador y para salvar hacía falta morir.

Rey de los judíos, o sea que es Salvador y Rey al mismo tiempo. Judío significa «confesar»; por tanto, es Rey, pero de solo aquellos que le confiesen, y ha muerto para rescatar a los confesores; si, realmente ha muerto y con muerte de cruz.

Ahí tenemos pues, las causas de la muerte de Jesucristo: la primera, que era Salvador, santo y Rey; la segunda, que deseaba rescatar a aquellos que le confiesen.

Pero, ¿no podía Dios dar al mundo otro remedio sino la muerte de su Hijo? Ciertamente podía hacerlo; ¿es que su omnipotencia no podía perdonar a la naturaleza humana con un poder absoluto y por pura misericordia, sin hacer intervenir a la justicia y sin que interviniese criatura alguna?

Sin duda que podía. Y nadie se atrevería a hablar ni censurarle. Nadie, porque es el Maestro y Dueño soberano y puede hacer todo lo que le place.

Ciertamente pudo rescatarnos por otros medios, pero no quiso, porque lo que era suficiente para nuestra salvación no era suficiente para satisfacer su Amor.

Y que consecuencia podríamos sacar, sino que, ya que ha muerto por nuestro Amor, deberíamos morir también por ÉI, y si no podemos morir de amor, al menos que no vivamos sino sólo para ÉI.

Del “Tratado del Amor de Dios” de san Francisco de Sales, (Libro Duodécimo, cap.XIII)

La muerte y la pasión de nuestro Señor es el motivo más dulce y el más fuerte que puede mover nuestros corazones en esta vida mortal, y en la gloria celestial, después del motivo de la bondad divina conocida y considerada en sí misma, el de la muerte del Salvador será el más poderoso para arrebatar a los espíritus bienaventurados en el amor de Dios, en prueba de lo cual, en la Transfiguración, que no era más que una muestra de la gloria, hablaban con nuestro Señor del exceso que había de realizar en Jerusalén. Mas ¿de qué exceso, sino del exceso de amor, por el cual la vida fue arrebatada al Amante para ser dada al amado?

El monte Calvario, es el monte de los amantes. Todo amor que no se origina en la pasión del Salvador es frívolo y peligroso. Desgraciada es la muerte sin el amor del Salvador. El amor y la muerte están de tal manera entrelazados en la pasión del Salvador, que es imposible tener uno de ellos en el corazón sin el otro.

En el Calvario no puede haber vida sin amor, ni amor sin la muerte del Redentor. Fuera de allí todo es, o muerte eterna o amor eterno, y toda la sabiduría cristiana consiste en saber escoger bien. ¡OH amor eterno! mi alma te requiere y te escoge eternamente. Ven, Espíritu Santo, e inflama nuestros corazones en tu amor. O amar o morir; o morir o amar. Morir a todo otro amor, para vivir tan sólo al de Jesús, a fin de que no muramos eternamente, sino que, viviendo en tu amor eterno, ¡Oh Salvador de nuestras almas, cantemos eternamente: Viva Jesús. Yo amo a Jesús, que vive y reina por los siglos de los siglos.!

Que estas cosas, Teótimo, que han sido escritas para tu caridad, con la gracia y el favor de la caridad, arraiguen de tal manera en tu corazón, que esta caridad encuentre en ti el fruto de las santas obras; no tan sólo las hojas de las alabanzas. ¡Bendito sea Dios!

LA SEMANA DEL CRISTIANO
Fatimazo por la Paz

 


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