Septiembre, mes que en la Iglesia dedicamos a la Biblia – Día 19

Publicado por Equipo Fatimazo Por la Paz el


«Dios inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo está latente en el Antiguo y el Antiguo está patente en el Nuevo.» (Constitución sobre la Revelación divina, 16)

Los orígenes de la Biblia se encuentran en las «tradiciones orales», transmitidas de padres a hijos. Estas, a falta de escritura, tenían antiguamente mucha más vigencia que en la actualidad. Las primeras de esas tradiciones se remontan al tiempo de Moisés, 13 siglos antes de Cristo.

En cuanto a los primeros textos escritos, datan del siglo XI, o sea, de la época del rey David. A partir de entonces, se fue «haciendo» la Biblia.

Para los judíos -que sólo tienen lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento- ella quedó terminada dos siglos antes de Jesucristo.

Para los cristianos, en cambio, a fines del siglo I de nuestra era, con el último libro del Nuevo Testamento.

La composición de la Biblia abarca, por lo tanto, nada menos que un milenio, y ninguno de sus autores sabía que estaba escribiendo la Biblia…

El Pueblo israelita, primero, y luego, la Iglesia reconocieron que esos escritos -entre muchos otros también de carácter religioso- habían sido inspirados por Dios para manifestares a los hombres a través de ellos. Pero esto tampoco ocurrió de golpe sino progresivamente.

Sólo después de la destrucción de Jerusalén en el año 70, los judíos completaron su lista -lo que se llama el «canon»- de Libros Sagrados. Y la Iglesia terminó de hacer lo propio en el curso del siglo IV.

La Biblia es una sola, pero del Antiguo Testamento existe una versión hebrea y otra griega. La segunda fue elaborada en la ciudad de Alejandría, en Egipto, unos doscientos años antes de Jesucristo, para uso de los judíos que habitaban fuera de Palestina. En esta versión griega hay 7 libros y algunos fragmentos de otros dos que no fueron reconocidos como «inspirados» por los judíos de Palestina.

Estos Libros que no entraron en el canon hebreo son Judit, Tobías, 1ro. y 2do. de los Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc, incluida la Carta de Jeremías. A ellos hay que agregar una parte del libro de Ester y otra del libro de Daniel. La razón para no admitirlos es que algunos de ellos habían sido escritos originariamente en griego y de otros sólo se conservaba la traducción en esa lengua. Tampoco los protestantes los aceptan.

La Iglesia Católica, en cambio, los incluye con el nombre de «deuterocanónicos», o sea, «reconocidos en segundo término».


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