Septiembre, mes que en la Iglesia dedicamos a la Biblia – Día 21
Entre los escritos cristianos de la Biblia sobresalen los llamados Evangelios.
Como es sabido Jesús no dejó ningún escrito personal. En cambio el recuerdo de su palabra y de sus obras permaneció vivo en la memoria de los que lo habían visto y oído. Y ese recuerdo difundido de boca en boca fue tomando forma progresivamente dentro de las primeras comunidades sobre todo con ocasión de las celebraciones cultuales y de la catequesis a los recién bautizados.
Fueron cuatro los discípulos que recopilaron los dichos y hechos del Señor y en base de ellos redactaron sus respectivos Evangelios.
Los tres primeros -el del Apóstol Mateo, el de Marcos intérprete de san Pedro y el de Lucas, compañero de viaje de san Pablo- siguen un esquema más o menos semejante y tienen muchas coincidencias entre sí.
El cuarto en cambio -atribuido al Apóstol Juan- difiere considerablemente de los otros tanto por su forma cuanto por su contenido.
Sin embargo los «cuatro» Evangelios no son en el fondo más que «un» solo Evangelio. Es decir una sola Buena Noticia -este es el significado de la palabra «Evangelio»- la más «buena» y la más «noticia».
La Buena Noticia de Jesús, expresada «según» cada uno de los que la escribieron. Reducir los Evangelios a simples «vidas» de Jesús, o a un conjunto de relatos más o menos interesantes, es empobrecerlos y perder de vista su contenido más profundo.
Y si bien a partir del siglo II, el nombre de Evangelio se reservó a estos cuatro escritos, todo el resto del Nuevo Testamento merece este mismo título.
También los Hechos, las Cartas apostólicas y el Apocalipsis son verdadero «Evangelio». También ellos contienen la «Buena Noticia» en la que hemos creído y «por la que somos salvados», según la expresión de san Pablo.
¿Y por qué no dar igualmente este nombre a los Libros del Antiguo Testamento? ¿Acaso todos ellos no anticipan el Evangelio cristiano?
Al incluir entre los Libros Sagrados sus propios escritos que ahora constituyen el Libro de la Nueva Alianza o Nuevo Testamento la Iglesia no pretendió sustituir un Testamento por otro.
Entre ambos no hay «ruptura», sino «continuidad». Para expresarla, el arte cristiano representó alguna vez a los cuatro grandes «profetas» del Antiguo Testamento llevando sobre sus espaldas a los cuatro evangelistas. A veces, lo «nuevo» desplaza lo «antiguo» pero en la Biblia, lo asume.
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