NOVIEMBRE DEDICADO A LAS ALMAS DEL PURGATORIO DÍA 22

Publicado por Equipo Fatimazo Por la Paz el

El pensamiento de sufragar a las almas de los difuntos es santo por el santísimo principio de fe de donde procede.

Con los sentidos acompañamos al hombre hasta la tumba; mas allí se nos oscurecen, y vemos poco si no acudimos a la fe.

La fe es la sola antorcha que disipa las tinieblas del otro mundo, y nos obliga a no abandonar a las almas de los difuntos. Desmorónese en buena hora la fábrica de este cuerpo y redúzcase a cenizas; el alma no queda envuelta en la misma ruina, sino que, incomprensible siempre e inmortal, entra en las regiones de la eternidad para recibir en ella la recompensa.

¡Oh, cómo se aviva la fe de la inmortalidad de los espíritus y del porvenir de las buenas obras cuando presentamos abundantes sufragios por las benditas almas del Purgatorio!

A la manera que el esforzado Judas Macabeo dio una prueba irrefragable de su religiosa creencia cuando ofreció en el templo de Jerusalén las doce mil dracmas de plata por la expiación de sus hermanos difuntos, así cuando nosotros ofrecemos sufragios por los nuestros demostramos bien a las claras creer nosotros firmemente que no han sido ellos reducidos a la nada, sino que viven, y viven en comunicacion con nosotros; que vendrá día en que iremos a reunirnos con ellos, y que enviamos por delante provisiones de buenas obras, las cuales al presente serán de provecho a aquellas almas, pero mucho más a nosotros cuando nos hallemos de nuevo en su compañía. No seamos avaros con ellas, porque tanto más encontraremos para nosotros en el otro mundo, cuanto más abriéremos ahora con ellas la mano.

Los Reyes de la tierra son Reyes de los que viven, y nada más. La muerte arranca de su dominio a los hombres, y solo Dios es el soberano de vivos y muertos, delante del cual hasta los muertos viven.

Nosotros confesamos esta gran verdad cuando rendidos ofrecemos a Dios sufragios por nuestros difuntos; reconocemos entonces su dominio absoluto sobre todos los ángulos del universo; reconocemos la íntima dependencia que de Él tienen los mortales, o que viven aín en el mundo, o que ya dieron el gran paso al otro; damos satisfacción a la divina justicia por los deméritos de que estos se hicieron reos en vida; complacemos a la divina misericordia con librarlos del Purgatorio; nos ejercitamos, en suma, en los actos más meritorios de fe hacia nuestro Dios y Señor.

Y si la nobleza у el mérito de las obras es uno de los más poderosos estímulos para practicarlas, ¿cómo podremos dispensarnos, ¡oh cristianos!, de sufragar a las almas del Purgatorio, en cuyo acto se compendian tantos otros y tan excelentes de la fe más meritoria?

Mas si se ofrecen sufragios por las almas, ¿a dónde se envían estas? Se envían al cielo, para ser allí felices con Dios por todos los siglos.

He aquí otro sublime objeto de fe que con nuestros sufragios ejercitamos. No es un fin terreno y perecedero el que mueve la piedad de los fieles para con los difuntos. La fe no tiene miras tan mezquinas y bajas. Ella desplega un vuelo sublime de la tierra al cielo, descorre el denso velo que oculta a la Divinidad, y nos muestra en el seno de aquel Supremo Ser, que es todo felicidad por esencia, el término bienhadado a que llegan las almas socorridas por nuestra piedad.

No puede, por tanto, darse un acto de fe más heroico, ni un pensamiento más santo que el de sufragar a los fieles difuntos, o bien se mire al principio de donde procede, o a los atributos divinos que él engrandece, o al felicísimo fin a que conduce. Anímenos, pues, este pensamiento de día y de noche, y cuanto más le vivifica el espíritu de la fe, tanto le fecundicen mayormente las obras.

ORACIÓN

¡Oh Dios, autor, objeto y premio de nuestra fe!

Nosotros no os conocemos en la tierra de otro modo que bajo la sombra de los enigmas, bajo el velo de los misterios; mas para las almas del Purgatorio el velo de la fe está casi del todo rasgado, y por haberos ya experimentado como juez, solo resta que como merced os consigan.

Completad, Señor, la obra con este último rasgo de vuestra justicia y bondad.

Entregaos a ellas como premio y corona de la vivísima fe que alimentaron en esta tierra, de la firmísima confianza de que se nutren en el Purgatorio, y entonces desaparecerá toda solicitud de su fe y de su esperanza, y triunfará solamente en la feliz posesión de Vos la perfección de aquella caridad, de aquel amor que las vivificó en la tierra, las abrasa en el Purgatorio y las consumirá eternamente en el cielo.

 


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