En el año 1424, en Sequeros un pueblo al sur de Salamanca, vivía una jovencita, a quien llamaban “la moza santa de Sequeros”.

Se puso enferma y la vieron morir, pero por la noche, corrió una noticia: la joven ha vuelto a la vida, y está diciendo cosas maravillosas.

“Volved vuestro rostro a la Peña de Francia, rezad a la Virgen María.Allí está escondida hace doscientos años una imagen suya que pronto será manifestada y por ella hará, Nuestro Señor, muchos milagros. Esta gloriosa imagen ha de ser mostrada a un hombre de buena vida. Allí, en el mismo lugar, a reverencia de la Madre de Dios, ha de hacerse un monasterio de los frailes predicadores. Porque ha de ser casa de mucha devoción y vendrán muchas gentes de extrañas tierras y naciones con gran devoción a buscar a la Madre de Dios y su bendita imagen”.

Finalmente la joven murió y su profecía quedó en la memoria, hasta que Simón Rolán encontró la imagen. Nacido en Paris, al morir sus padres, le dejaron una fortuna, que repartió a los pobres. Dios le hizo conocer que su vocación era caminar en busca de una imagen de la Virgen ocultada en la Peña de Francia.

Durante varios años la buscó en su patria sin éxito. Llegó a Santiago de Compostela y de regreso, visitó Salamanca donde escuchó a unos carboneros que pregonaban el carbón de la Peña de Francia.

Al oír ese nombre, Simón lloró de alegría, y dando gracias a la Virgen, se acercó a ellos, quienes le negaron información.

Simón los siguió de lejos. Era él, sin saberlo, el primer peregrino de la Virgen de la Peña de Francia.

Muchas veces en su peregrinaje había oído una voz misteriosa: “Simón, vela, y no duermas”.

Por eso deja su apellido de “Rolán” para llamarse Simón Vela; así le parecerá escuchar la voz del Cielo cada vez que le llamen.

Seguía caminando. Al llegar a San Martín del Castañar, unas mujeres le mostraron cuál era, al fin, la Peña de Francia.

Él la miró emocionado, como a la tierra prometida, y se encaminó a la montaña.

Cuando llegó arriba, fatigado y de noche, se durmió enseguida. Despertó adolorido: una tormenta descargó sobre el las rocas y le hirieron la cabeza. Pronto quedaría curado por Aquélla a quien buscaba.

Volvió a oír la misteriosa voz: “Simón, vela”, y esperó hasta el amanecer, rezando, cuando la misma Madre de Dios se apareció a sus ojos y le indicó el lugar donde se hallaba la imagen, deseando edificasen allí una ermita.

Quedó abrasado de amor y agradecimiento. Quiso forzar las rocas que sepultaban aquella reliquia, pero eran demasiado grandes.

Lo mejor era buscar ayuda; además, la Virgen quería testigos del hallazgo.

Bajó corriendo como un niño alegre a San Martín del Castañar. Varios hombres creyeron porque concordaba con lo de la “moza santa de Sequeros”, y le acompañaron para buscar la imagen.

Cavaron con sumo cuidado y removieron las piedras con el mismo cariño que otros cristianos hicieron para esconderla del peligro. Todos unieron sus fuerzas como una oración y rodó la gran piedra.

Los seis hombres cayeron de rodillas sin querer levantarse por largo rato. Estaba ante ellos, como una Madre joven, hermosa y celeste, la imagen de Nuestra Señora con el Niño. Era el 19 de Mayo de 1434. La gente se reunían en grandes grupos para ir a venerarla, venciendo las dificultades del camino y el temeroso paso de los lobos, porque el fervor ahuyentaba todos los peligros. La profecía de la “moza santa” estaba cumplida.

Simón se consagró al cuidado de la imagen, construyendo en la cima una capilla con el donativo y la ayuda de los fieles.

La Virgen quiso que este descubrimiento de su imagen fuese acompañado de prodigios, dispensando un favor a cada uno de ellos.

Reinaba en Castilla don Juan II y era pontífice Romano Eugenio IV.

Hoy ese Santuario a sus 1,723 metros de altura, es un luminoso faro de la Virgen donde acuden a recibir gracias de los lugares más apartados del mundo.

fuente: www.dominicos.org

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