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¿Por qué creer, adorar, esperar, amar?

Al igual que en la actualidad, cuando nuestra Señora hizo sus apariciones en Fátima, muchas personas estaban abandonando la fe en Dios.

Confiaban únicamente en su propia inteligencia y recursos; y el resultado fue que su fe disminuyó considerablemente y se enfrió.

Sin embargo, la fe es el principio mismo de la vida eterna: debemos creer para tener la vida de Dios en nosotros, como nos lo recuerda la Carta a los Hebreos: “Mi justo por la fe vivirá” (Hebreos 10,38).

Puesto que la fe se había vuelto débil, la gente ya no estaba adorando a Dios.

Más bien estaban haciendo ídolos de las riquezas de este mundo, los placeres de la carne y la exaltación de su propio ego.

Como consecuencia de estas distorsiones de la razón de ser de la vida, junto con el continuo dolor y sufrimiento de la I Guerra Mundial, muchas personas estaban perdiendo la esperanza.
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Ya no confiaban en la ayuda de Dios y sus promesas, sino que caían en la desesperación.

Por último, el vacío espiritual de la época disminuía el mayor regalo que Dios da a su pueblo, es decir, su amor.

Jesús dijo que vendría el tiempo cuando el pecado abundaría tanto, que el amor de muchos se enfriaría.

Así era esa época. ¡La oración y el sacrificio serían necesarios para avivar otra vez la llama del amor a Dios!

Cuando rezamos la Oración del Perdón estamos orando por que la fe, la esperanza y la caridad se renueven en el mundo.

Las necesitamos en nuestros días tan desesperadamente como se necesitaban en 1917.

Si prestamos atención a las palabras del Ángel de la Paz y rezamos la Oración del Perdón cada día, o tan a menudo como nos sintamos movidos a hacerlo, no tenemos ni idea de cuántas almas serán traídas más cerca de Dios.

Al orar por aquellos que no están orando por ellos mismos, podemos tener la esperanza de que Dios conceda a esas almas las gracias para comenzar a orar por su propia cuenta.

¡Podemos confiar en que Jesús y María siempre estarán atentos a esta oración!
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