San Bernardo tuvo una gran devoción a Nuestra Señora de Chatillion -sur -Seine, a causa de un milagro que obró la Santísima Virgen María en su favor.

Bernardo, el tercero de una familia de siete hijos, fue educado con especial cuidado porque antes de nacer, un hombre devoto le había predicho su gran destino.

A la edad de nueve años, fue enviado a una famosa escuela en Francia en Chatillion -sur -Seine, dejado al cuidado de los sacerdotes seculares de San Vorles. Él era un muy buen estudiante y dedicado a la Santísima Virgen. Más tarde escribió varios libros acerca de la Santa Madre de Dios.

Sucedió que el obispo de Chalon visitó a Bernardo, entonces un joven monje, a quien encargó predicar. Temiendo defraudarle, se puso a rezar ante una imagen de la Virgen, de quien era muy devoto, hasta quedarse dormido. En sueños se le apareció la Virgen, quien le otorgó, según la tradición, el don de la oratoria y la elocuencia para seguir usando sus palabras para la defensa mariana.

Es conocida la fuerza de la oratoria de San Bernardo y la paz en la que envolvía a todos con su forma de hablar. Le llamaban «El Doctor boca de miel» (doctor melífluo). Su inmenso amor a Dios y a la Virgen Santísima y su deseo de salvar almas lo llevaban a estudiar por horas y horas cada sermón que iba a pronunciar, y luego como sus palabras iban precedidas de mucha oración y de grandes penitencias, el efecto era fulminante en los oyentes. Escuchar a San Bernardo era ya sentir un impulso fortísimo a volverse mejor.

Tuvo una gran influencia en el desarrollo de la devoción a la Virgen María.

Fue el gran enamorado de la Virgen Santísima. Se adelantó en su tiempo a considerarla medianera de todas las gracias y poderosa intercesora nuestra ante su Hijo Nuestro Señor. A San Bernardo se le deben las últimas palabras de la Salve: «Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María», así como la bellísima oracion del «Acordaos».

Se han realizado grandes obras pictóricas sobre este hecho milagroso. 
San Bernardo participó en los principales conflictos doctrinales de su época y se implicó en los asuntos importantes de la Iglesia. Es una personalidad esencial en la historia de la Iglesia católica y la más notable de su siglo.

Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida monástica y la expansión de la arquitectura gótica.

La Iglesia católica lo canonizó en 1174 como san Bernardo de Claraval, y lo declaró Doctor de la Iglesia en 1830.


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