4 DE AGOSTO - San Juan María Vianney, Santo Cura de Ars

San Juan María Vianney, más conocido como el Cura de Ars, nació en Francia en 1786 en una familia modesta.

Pocas esperanzas se tenían de él debido a su escasa lucidez intelectual, por el que casi deja los estudios.

Aunque con notas bastante bajas, el Obispo consulta por su comportamiento, y enterado de que es una buena persona, de
excelente conducta moral, y que sabe
resolver con sabiduría los problemas de conciencia, decide ordenarlo, confiando en que “Dios hará el resto”.

En 1818 llega a un pueblito perdido de Francia, Ars, con 200 habitantes y pocos practicantes de la religión católica, más famoso por sus bares y cabarets.

El cura se arrodilla y pide a Dios que lo ilumine en su misión. Reza y hace penitencia por su pueblo. Un solo hombre acude a la Misa.

Varias veces fue tentado a abandonar su ministerio presbiteral y refugiarse en algún monasterio contemplativo, y hasta había emprendido la huída algunas veces, pero su capacidad de pedir a Jesús que se “haga Su Voluntad” en él, hizo que desistiera en todas las ocasiones.

El demonio lo tentó y azotó muchas veces, pero el santo cura permanecía inalterable en su puesto, a pesar que solía azotarlo, moverle la cama por las noches y hasta incendiarle el dormitorio.

Las predicaciones las preparaba por la noche y ante el Santísimo Sacramento en el Sagrario. Las escribía y las recitaba muchas veces para aprenderlas de memoria.

Pero luego desde el púlpito se olvidaba de todo ello, y las palabras salían claras y los pensamientos sonoros, y la gente se volcaba a la conversión y el seguimiento de Jesucristo.

Pronto la Iglesia se abarrotaba de gente para escucharlo y para oír sus sabios consejos en el confesionario.

Ars se convirtió en un centro de peregrinación religiosa donde el santo cura, pasaba entre 12 y 16 horas en el confesionario.

Leía las conciencias y manifestaba los pecados de sus penitentes antes de que los pronunciaran, y recordaba pecados olvidados no confesados.

Compartía lo escaso que tenía si alguien padecía más que él, y su generosidad y bondad ganaron los corazones con alegría.

Estuvo 41 años en ese lugar y todo lo transformó.
La fuerza del Espíritu Santo actuaba en él, y Jesús Resucitado era su guía y su poder. Los problemas y dificultades de todo tipo los colocaba confiadamente bajo la providencia del Padre Celestial.

Murió el 4 de agosto de 1859 a los 73 años de edad. Fue canonizado en 1925 y proclamado por Pío XI “patrono de todos los sacerdotes” en 1929.

Los biógrafos atestiguan que San Juan María Vianney hablaba de la Virgen con devoción y al mismo tiempo con confianza y familiaridad. "La Santísima Virgen —solía repetir— no tiene mancha, está adornada de todas la virtudes que la hacen tan bella y agradable a la Santísima Trinidad".

Y también: "El corazón de esta Madre buena no es más que amor y misericordia; lo único que desea es vernos felices. Basta sólo dirigirse a ella para ser escuchados".

Incluso un misterio difícil como el de la Asunción, sabía presentarlo con imágenes eficaces, por ejemplo así: "El hombre fue creado para el cielo. El demonio rompió la escalera que conducía a él. Nuestro Señor, con su pasión, formó otra... La Santísima Virgen está en la cima de la escalera y la sostiene con las dos manos".

Al santo cura de Ars le atraía sobre todo la belleza de María, belleza que coincide con su ser Inmaculada, la única criatura concebida sin sombra de pecado. "La Santísima Virgen —afirmaba— es la criatura bella que nunca ha disgustado al buen Dios".

Como pastor bueno y fiel, también dio ejemplo ante todo de este amor filial a la Madre de Jesús, por la que se sentía atraído hacia el cielo. "Si no fuera al cielo —exclamaba— ¡cuánto me dolería! No vería nunca a la Santísima Virgen, esta criatura tan bella.

Además, consagró varias veces su parroquia a la Virgen, recomendando especialmente a las madres que hicieran lo mismo cada mañana con sus hijos.

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