CASA DE ORO

Estas palabras evocan un mineral precioso, el rey de los metales, el oro. Si una casa se construye completamente de oro, su valor es incalculable. Con este simbolismo se quiere decir que María vale más que el oro, vale tanto que no tiene precio. Dios valora tanto a María que la ha hecho su Madre. Y nos valora tanto a nosotros que la ha hecho nuestra Madre. Aquí podemos comprender el amor de Dios por nosotros. La Casa de Oro se llama María de Nazareth y Ella es nuestra Madre.

Se le llama Casa de Oro para indicar la Virtud; llamar a nuestra Señora Casa de Oro significa que Ella es la casa en la que habitaron todas las virtudes. Lo cual no debe de extrañarnos, pues María es la Llena de Gracia, enriquecida por Dios con singulares y extraordinarios privilegios, que ni los santos ni los ángeles jamás han tenido.

Llamar a María Casa de Oro es una comparación que está muy por debajo de la dignidad y de las virtudes de la Madre de Dios, sin embargo, no deja de tener el mérito de la justicia: ¿no se puede llamar Casa de oro a María, cuyo seno fue el tabernáculo del Hijo de Dios vivo? ¿Aquella que es la obra maestra de la Omnipotencia? Siendo el oro es el símbolo de la pureza, cualidad del que es puro, aquel o aquello que está libre y exento de toda mezcla de otra cosa que no sea suya, que no incluye ninguna condición, excepción o restricción ni plazo, y que está exento de imperfecciones. Lo que es puro es lo que está en su estado original sin contaminación ni deterioro. Por tanto, María que es por siempre pura y está exenta de pecado, ¿no merece el título de Casa de oro?

¿De qué partes consta esta Casa de Oro? El techo en esta casa es la Caridad; los cimientos la Humildad; los cuatro muros son las 4 virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza; además de esto, la Fe de María es la puerta por la cual se llega a Dios; en lugar de ventanas encontramos la Esperanza y la Confianza en Dios, porque así como por las ventanas entra la luz del sol, así por la Esperanza entra la Luz de la Gracia al alma.

Imaginemos el palacio de Salomón, revestido de oro por todas partes, por el cual se representa a María Santísima, muy propiamente y con verdad, pues de Ella está escrito La gloria del Señor había llenado la Casa de Dios. María es aquella admirable casa que el mismo Cristo eligió para habitar en ella, según las palabras “Aquí habitaré, pues la elegí”.

Consideremos a la Santísima Virgen como un Templo que se preparó para recibir a Dios vivo, el mismo Dios que había llenado la casa de Jehová en la época del rey Salomón. Ella, también, fue pensada y formada para honrar a su Señor, para ser una vivienda apta para la Deidad Eterna. El templo original fue cubierto de oro por todas partes. El oro es un metal que se pule. A través del privilegio de la Inmaculada Concepción, con los primeros frutos del Sacrificio de nuestro Señor en el Calvario, María se mantuvo libre de la mancha del pecado original, pulida en la forma más sublime, porque no fue limpiada de la inmundicia del pecado original, siendo en realidad preservada de contraer cualquier mancha en su alma perfecta. Por lo tanto, se convirtió en una digna morada para la Sabiduría Eterna.

En verdad, el gran templo construido por Salomón, incluso en su alcance y majestad, no era más que una pálida prefiguración de María, la verdadera Casa de Oro. Ese templo contenía muchos objetos hermosos: el oráculo cubierto de oro, el altar cubierto de cedro y dorado, los dos querubines de madera de olivo, el Arca del Pacto, etc. El historiador Flavio Josefo relata que el templo contenía, entre otras cosas, veinte mil tablas de oro, cien mil copas de oro, ochenta mil platos de oro y veinte mil incensarios de oro, más una cantidad comparable de los objetos fabricados con plata. En este sentido, el templo fue realmente un almacén de cosas preciosas, un depositario de todo lo que estaba destinado a ser agradable a Dios.

La Santísima Virgen supera al templo de Salomón como depositaria de los más grandes y valiosos tesoros, de las cosas más preciadas, de todo lo que es agradable a Dios. Ella es la Llena de Gracia, y en su alma blanquísima y perfecta encontramos que todo brilla con Pureza, Caridad, Fe, y un amor ardiente por Jesús Cristo.

Casa de Oro, ruega por nosotros.

Autora: Mariela Gastelum de Loret de Mola

Referencias:

* Devocionario.com

* Del libro Explicación de la letanía, del padre Francisco Javier Dornn

* Servicio Católico Hispánico

* Catholic.net

No. 32 de la Serie Letanías Lauretanas


1 Comment

Laura silva · 29 de septiembre de 2018 at 7:48 PM

Como me gusta imaginar, lo bello Que es el oro, el oro sobre la mesa, la hace ver digna de un rey, en la casa el lugar donde sabemos que es de un gran valor, en las manos, y la cabeza que es el metal precioso que lleva el rey.no hay lugar donde el oro no realce todo, el oro brilla magestusamente, ya sea sólo o con piedras preciosas,
Gracias equipo Fatimazo hermosa explicación, que nos ayuda en entender lo grande que hay en cada letanía.

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