EL VALOR DE UNA SOLA VIDA

Tembló el país, tembló en su centro y alrededores. Aún más, el efecto se sintió hasta en sitios donde regularmente no se perciben esos movimientos.

Edificios colapsados que encierran la posibilidad de vidas humanas atrapadas.

Nos llena de esperanza la reacción inmediata de ayuda, solidaridad… la acción decidida a la búsqueda de vidas es general, se puede ver por todas partes.

Debajo de cada piedra, cada techo… hay personas esforzándose ante la posibilidad de poder liberar a alguien atrapado.

Por momentos, se exhiben letreros en los que se lee: SILENCIO, se detienen los trabajos de las máquinas y las conversaciones, para poder crear un ambiente que permita percibir la más mínima señal de vida y poder realizar el rescate.

¿A quien se busca rescatar? A todos, no se elige edad, situación económica, profesión o religión, es más, ni siquiera importa en esos momentos si es una persona de bien, o alguien con antecedentes penales. Y las escenas se repiten, no hay alrededor una sola persona que no esté dispuesta a ayudar ante esta realidad: la posibilidad de hallar personas vivas atrapadas en un edificio colapsado.

Y cuando se logra, la alegría es general, tanto en los presentes como en quienes miramos la hazaña por la televisión. ¡Aplausos, llantos de alegría, felicitaciones a quienes llevaron al cabo el rescate! y después, de vuelta a la búsqueda de alguien más… porque no hay minutos que perder.

Estos sucesos me han llevado a pensar: TODOS LOS DIAS TIEMBLA EN LA CDMX, sí, TODOS, en tantos vientres maternos, convertidos en «edificios colapsados» por temblores de distintas intensidades. Mujeres en situaciones desesperadas que únicamente ven la posibilidad de «resolver» su situación acudiendo a un “aborto seguro y legal”.

Y me pregunto: ¿Porqué no actuamos ante estas situaciones, de la misma forma que hemos reaccionado en una tragedia como la del pasado 19 de septiembre en CDMX? Si en el vientre materno advertimos la más mínima señal de la posibilidad de vida, ¿por qué no reaccionamos de la misma forma?

¡Cuantos nos convertiríamos en rescatistas arriesgando hasta la propia vida con tal de ayudar!

¿Como? Buscando acercarnos a cada mujer que se encuentra sola, desamparada, sin saber qué hacer, tendiéndole una mano para que sepa que la vida atrapada en su seno, sólo necesita de cualquiera de nosotros para ser rescatada.

Salvar la vida es en primera instancia la meta, para volver a poner “de pie el edificio”, ayudar a la madre a levantarse y recuperar la fortaleza y confianza.

Celebro y doy gracias a Dios por instituciones como VIFAC, AME, Yoliguani, MATER FILIUS y otras; verdaderas agrupaciones rescatistas de vidas humanas, Topos que 365 días del año se dedican a encontrar vidas colapsadas, “edificios poco resistentes”, donde ambas vidas –madre e hijo- para continuar, dependerán del empeño en recuperarlas de las personas a su alrededor.

¡Que estos momentos de sufrimiento y dolor que contrastan con la decidida participación de todos los mexicanos, sea una constante cada día, poniendo todos nuestros esfuerzos para rescatar cada una de las vidas que se encuentren atrapadas!

Que la Santísima Virgen María, Madre del Verdadero Dios por Quien se vive, el Dios de la Vida y no de la muerte, nos asista para poder ver con claridad el valor de cada vida.

Ella que, en su aparición del Tepeyac, enseñó que no eran necesarios los sacrificios humanos, pues Su Hijo, el Amor al extremo, dio vida al mundo, venciendo a la muerte.

 

Autora: Tere Fitzmaurice de Palomeque


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