Mientras Margarita María de Alacoque, en el año 1673, estaba en adoración frente al Santísimo Sacramento, tuvo el privilegio de recibir la primera aparición de Jesús.

Nuestro Señor le pidió que todas las noches de jueves lo acompañara para rezar la plegaria que Él hizo al Padre antes de morir:

“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

Es por este motivo que, de manera especial en este día de la semana, se realizan las llamadas Horas Santas.

En ellas se expone al Santísimo Sacramento del Altar, y se adora a Jesús presente en la Eucaristía en Cuerpo, Sangre y Divinidad.

Adorar a Jesús presente en la Eucaristía es un modo de ser agradecidos, a la vez que fortalece nuestra vida cristiana.

Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy.

“Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesus no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea.

Los cristianos sólo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su Hijo único (Jn 3, 16)" (Benedicto XVI, Homilía del Corpus Christi de 2008).

Fatimazo por la Paz.
La Semana del Cristiano.

 


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