VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

• Jesús sorprende a sus discípulos desde la orilla.
• Juan y Pedro reconocen al Señor Resucitado.
• Todos estamos llamados a echar las redes.

DESPUÉS de las primeras apariciones en Jerusalén, los apóstoles volvieron a su tierra. Las mujeres les habían transmitido un mensaje de Cristo resucitado: «Que vuelvan a Galilea, allí me verán».

Uno de aquellos días, varios discípulos salieron a pescar en el mar de Tiberíades, al amanecer decidieron regresar a tierra con la red vacía.

Mientras hacían las maniobras, se presentó Jesús en la orilla, pero sus discípulos no se dieron cuenta de que era el.

Cuando todo parecía acabado, Jesús sale al encuentro de sus amigos: «¿tenéis algo de comer?».

¡Qué cosa más humana! Dios necesitando de nosotros.Ninguno hace falta y, sin embargo Dios nos necesita, a ti y a mi.

Los pescadores, responden negativamente, sin mirar apenas.

Entonces Jesús, con su omnipotencia, les abre los ojos, para empujar sus corazones a un pensamiento más profundo, más de Dios.

Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”.

Los discípulos se fiaron de Jesús. La humildad de abrirse a las palabras de Jesús, dio paso al poder del Señor en la vida de aquellos pescadores.

Echaron las redes a la derecha de la barca y enseguida sintieron el peso de la pesca, hasta el punto de que no eran capaces de sacarla por la gran cantidad de peces.

En el corazón de Juan se abrió poco a poco, una gran esperanza. Al reconocer quién había obrado el milagro, «le dijo a Pedro: ¡Es el Señor!»

Juan es la mejor representación del amor. Supo estar en la cita del Calvario y ahora tiene los ojos preparados para descubrir al Señor que les mira desde la orilla.

En cuanto Pedro oyó las palabras de Juan, se echó al mar para ir al encuentro de Jesús. Pedro es la fe.

De la misma manera que a aquellos dos apóstoles, el Señor nos necesita para llegar a los corazones de los hombres, a cada uno con nuestro carácter, sin excluir ni siquiera nuestros defectos. Estos, a menudo, pesan mucho, y pensamos que son un obstáculo para los deseos del Señor.

Sin embargo, nuestros defectos son la ocasión que Dios necesita para obrar sus milagros de manera libre y gratuita. Ante ellos, Dios nos renueva e impulsa para la misión.

LA PESCA de aquella mañana fue abundante y selecta.

Al terminar el desayuno que Jesús les había preparado, contaron uno por uno lo que habían sacado del lago: «Ciento cincuenta y tres peces grandes».

La generosidad del Señor no sabe de cálculos. Les había pasado ya en Caná, en la multiplicación de los panes y peces, y hoy sucede nuevamente: la cantidad es magnánima.

La pesca de Cristo necesita «pescadores de hombres» dispuestos a salir de noche para pescar, dispuestos a tirar la red siguiendo el mandato de su voz; pescadores que sepan fiarse más de Jesús que de sus cansancios y experiencias, que trabajen por el Evangelio con la certeza de que han sido enviados por él.

Sin embargo, aunque el Señor desea que la pesca sea abundante, los frutos llegan cuando Dios quiere, en el modo y el tiempo que tenga dispuesto. Y entonces, el espíritu del Señor puede hacer eficaz la misión de la Iglesia en el mundo.

Con la ayuda de María, Reina de los Apóstoles, haremos siempre la pesca que quiere Dios, en servicio de la Iglesia y de todas las almas.

Fatimazo por la Paz.

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