“Aconteció que en aquellos días salió un edicto de César Augusto en que ordenaba que se inscribieran en el censo los habitantes de todo el orbe. Este primer censo fue ejecutado por Cirino, gobernador de Siria. Subió también José desde la Galilea a la Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse en el censo juntamente con María su esposa que estaba encinta” (Lc. 2, 1-6).

Estamos próximos a iniciar el Tiempo de Adviento. Un tiempo especial de preparación con el que se da inicio a un nuevo “Año Litúrgico”.

Los días de Adviento componen un camino litúrgico y espiritual cuyo núcleo es la espera de la llegada de Jesús, el Verbo Encarnado .

Y para disponernos a recibir al Salvador, podemos recorrer el camino desde Nazaret a Belén, acompañando a la Virgen María y a su esposo san José.

Ciento veinte kilómetros entre Nazaret y Belén, varios días andando. Descansarían un tiempo en Jerusalén y saldrían de la ciudad, atravesarían el valle de Hinnom, hasta la llanura de Refaím, donde David venció dos veces a los filisteos y de allí a los prados de los pastores de Belén, hasta llegar a la “ciudad del pan”.

Otros viajeros caminaban junto a ellos criticando y maldiciendo aquella orden del César. La Virgen, que vivía intensamente su vida interior de amor divino, no dejaba traslucir nada al exterior: sencilla, simpática, alegre. Nadie sospechaba que esa jovencita era la Madre de Dios. Ni la vanidad, ni la soberbia, ni el amor propio, ni el deseo de alabanzas…le hizo manifestar su secreto. ¡Ella es la Madre de Dios! ¡Qué humildad! ¡Qué sencillez! Un auténtico hijo de María Santísima jamás buscará las alabanzas de este mundo. Prefiere la oscuridad, el silencio, la sencillez, la vida interior de fervor y de amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Durante este recorrido de Adviento, seamos compañeros con el corazón... mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si allí estuviésemos, con todo acatamiento y reverencia; y después, reflexionemos cada día.

En este camino, veremos cómo llegan José y María a Belén y se ven rechazados por los de su tribu, los de su propia ciudad; nadie quiso darles posada. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Lo dirá más tarde el Hijo que María llevaba en sus entrañas: “los zorros del campo tienen cuevas y las aves del cielo nidos donde colocar sus polluelos, pero el Hijo del Hombre y su Madre santísima no hallan dónde reclinar su cabeza”.

Sin embargo en este desamparo de los hombres, José y María ven la mano de Dios y sufren con alegría ser desechados de los hombres por ser pobres. En sus corazones se unieron humildad y pobreza con paciencia y alegría.

Quédate a solas con la Virgen y trata con ella todas las cosas de tu corazón. Pregúntale que sentía en el suyo, sabiendo, como sabía, que sus entrañas eran templo vivo de Dios hecho niño. ¡El Hijo de Dios vive en el seno purísimo de la Niña Hermosa de Nazaret! De ella recibía toda su vida, de Ella dependía toda su vida ¡Qué misterio! ¡Dios depende de una humilde virgencita!

Tratemos de mirar lo que hacen, así como su caminar y trabajar, para que el Señor pueda nacer en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz, y todo esto por cada uno de nosotros... por mí.

Preparar el camino del Señor, es decirles a María y José, que nos alegra encontrarlos en el camino para ir juntos a Belén.

Vamos juntos «Hacia Belén»! con el corazón expectante al Rey que nacerá!


2 Comments

Arnaldo ojeda cruz · 27 de noviembre de 2022 at 11:33 AM

Dificil el camino pero todo lo dificil tiene al final su recompensa..en este caso se nota la presencia divina..afortunados ellos los elegidos…

patricia rodriguez · 26 de noviembre de 2022 at 8:15 PM

Duro el camino de La Santísima Virgen María y su esposo San José.

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