Santa Gema Galgani y el Angel Custodio

Es doctrina segura que cada ser humano tiene un ángel custodio que lo ayuda y lo guía durante su existencia terrena. Normalmente, no lo vemos, pero hay algunos privilegiados que tienen esa gracia de Dios. Uno de ellos fue santa Gema, quien desde niña, ya lo invocaba con cariño y del cual ella nos habla por propia experiencia. Su ángel se le presentaba habitualmente y le hacía toda clase de servicios y favores, aunque también la reprendía para corregirse.

 

El ángel fue para Gema, médico y enfermero.

Santa Gema dejó escrito en su diario:
“Después de comer no me sentía nada bien, y el ángel me trajo entonces una taza de café tan bueno que me curé enseguida . Otro día, el ángel me dio a beber unas gotas de un líquido blanco en un vasito dorado, diciéndome que era la medicina con la que el médico del paraíso curaba a sus enfermos”
En ocasiones, le ayudaba después de haber recibido golpes del demonio. En una carta le dice al padre Germán: “El demonio me hizo un poco de daño, porque me duelen las espaldas y no puedo tener la cabeza derecha ni siquiera desnudarme ni vestirme. El ángel me ayuda.”

Y ella dice, como agradeciendo a su ángel sus servicios:

“¡Cuántas veces, durante mi enfermedad, me hacía sentir al corazón palabras de consuelo!”

Lo que más le dolía y hacía sufrir al ángel eran las desobediencias del Santa Gema al confesor, a quien debía dar cuenta de todo lo que le pasaba. Dice:

“De todo debía dar cuenta a mi confesor, pero fui a confesarme y no me atreví, salí sin decirle nada. Regresé a casa y, al entrar en mi habitación, vi que mi ángel lloraba.”

Así como el ángel lloraba, también se reía con ella y tenía sentido del humor. Dice:

Le rogué al ángel de mi guarda que no me dejara sola. Me preguntó qué me pasaba y le hice ver al diablo que, si bien estaba algo lejos, siempre me estaba amenazando. Le rogué que se quedara conmigo toda la noche y me contestó:
- Pero yo tengo sueño.
- No, los ángeles de Jesús no duermen.
- Pero he de descansar (me pareció que le daba risa). ¿Dónde quieres que descanse?
- Le dije que estuviese cerca de mí y me lo prometió. Me acosté y luego me pareció que él extendía sus alas sobre mi cabeza.

El ángel le hizo sentir los dolores de la coronación de espinas. Ella lo cuenta así:

El ángel traía dos hermosísimas coronas: una de espinas muy largas que no era una corona. Estaba hecha a manera de gorro. La otra era una guirnalda de lirios. Me preguntó cuál escogía... y respondí: “La de Jesús”. Me puso la de espinas, la besó antes varias veces riendo y llorando, y el ángel desapareció. Pero me dejó tan serena y tranquila que, aunque comencé a sufrir, mi sufrir era dulce, acompañado de una multitud de pensamientos y de afectos hacia Jesús, con deseos de sufrir cada vez más y de volar pronto a él.

Un día, cuando Santa Gema salió del confesionario, el ángel la miró sonriente y con aire complacido.
Un servicio del ángel era avisarle, cuando llegaba la hora para hacer tal o cual cosa. El ángel estaba siempre atento y le avisaba cuando debía acostarse o levantarse, cumplir alguna obligación o rezar sus oraciones.

El ángel siempre la acompañaba. Y muchas veces visiblemente. Dice Gema:

El ángel de la guarda no cesa de vigilarme, instruirme y darme sabios consejos. Se deja ver varias veces al día y me habla. Ayer me acompañó durante la comida.

EL ÁNGEL QUE REZA Y BENDICE

¡Qué hermoso es saber que nuestros ángeles custodios, entre otras obligaciones que tienen, está la de rezar por nosotros! ¡Cuántas horas se habrán pasado orando de día y de noche, pidiendo por nosotros y nuestras intenciones! Y ¡cómo les gusta bendecir! - decía Santa Gema.

Santa Gema veía a los ángeles, adorando a Jesús ante el sagrario, y se unía a ellos en su adoración a Jesús sacramentado.

Su ángel le ayudaba a rezar el Oficio divino en compañía de otros ángeles.

Una de las cosas más hermosas de la vida de santa Gema es observar a su ángel como un humilde servidor que le hacía favores de toda clase, incluso llevarle las cartas al correo para ahorrarse el franqueo. Normalmente, esas cartas llevadas por el ángel, las recibía el padre Germán por el correo ordinario. Pero algunas veces las recibió por medio de un pajarito.

En una oportunidad, su ángel le preguntó: Gema, ¿cuánto hace que no has rogado por las almas del purgatorio? Oh, hija mía, piensas poco en esto y dijo: “Me gustaría mucho que cualquier cosa, por pequeña que fuese que sufrieras, la ofrecieras por las almas del purgatorio. Todo pequeño sufrimiento las alivia.

Fueron muchos los servicios que el ángel de Gema le hacía. Le hacía rezar con él y la acompañaba rezando el Oficio divino algunas veces.

También la cuidaba, cuando estaba enferma. Le daba pláticas espirituales; en una ocasión, le habló sobre el misterio de la Encarnación. Otras veces le dictaba las cartas. El ángel le ayudó en la redacción de su Autobiografía.

Su ángel le da consejos por escrito. Le dijo que tomase papel y escribiera lo que él dictara. Helo aquí todo: “Recuerda, hija mía, que quien ama a Jesús habla poco y sufre mucho. Te mando, de parte de Jesús, que no digas nunca tu parecer si no eres preguntada y que no mantengas tu criterio, sino que cedas enseguida. Obedece puntualmente al confesor y a quien él quiera sin replicar en las cosas que es debido, conténtate con una réplica sola y sé sincera con todos.
Cuando hayas cometido alguna falta, acúsate enseguida sin esperar a que te lo pidan. Acuérdate de mortificar los ojos y piensa que el ojo mortificado verá la hermosura del cielo.

También la animaba a rezar y sufrir por los pecadores.

El ángel la defiende del diablo; el diablo me dijo -relata Santa Gema- que me iba a atormentar toda la noche. Llamé al ángel de la guarda, extendió sus alas, se colocó junto a mí, me bendijo y el diablo escapó.

¡Cuántas muestras de cariño del ángel! ¡Qué hermosa escena la del ángel abrazando a Gema, que apoya su cabeza en su hombro!

Santa Gema hablaba a su ángel como se habla a un amigo.

A menudo le daba encargos para los pobladores del cielo y también para los de la tierra... Si, mientras departía con él era llamada o tenía precisión de cumplir alguno de sus deberes, se levantaba inmediatamente y, sin hacer el menor cumplido, corría presurosa a cumplir su obligación, dejando al ángel esperando.

Por la noche, le decía al acostarse que la bendijera y la signase en la frente y velase a su cabecera.
Por la mañana, al despertar, aunque viese a su fiel custodio en el mismo puesto, poco o nada le decía, porque estaba ansiosa de volar a la iglesia para comulgar... Cuando el ángel se despedía de Gema, ella, con gracia inefable, solía decirle: “Adiós, querido ángel, saluda a Jesús de mi parte”.

Extraído del libro Amor Total de Santa Gema Galgani escrita por el Padre Ángel Peña O. A. R.


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